martes, 4 de diciembre de 2012

QUARK
Por Antonio Mora Vélez.

Escondido en las estructuras
del asombro,
eres y no eres
en el todo que construyes.
El Fuego te esclavizó
en el estallido primigenio
y hoy no te deja viajar
libremente
por las praderas de la Luz.
Así de sometido,
sueñas con tu hogar
--fuera del tiempo--
y te ves radiante
y pleno de entidad
y te consuela pensar
que el Cosmos dejará
algún día de estirarse
y que la fragua creadora
de estos sueños
te transportará a tu vieja morada
--la de tus pares—
a disfrutar eternamente
de las mieses del Espíritu.
Noviembre 17 de 2005.

viernes, 23 de noviembre de 2012

CUENTO MÍO DE CF POCO CONOCIDO


LOS OTROS*

 

Habían transcurrido diez años convencionales desde que los tripulantes de la Antar II iniciaron la búsqueda de la enigmática fuente de energía que por años venía enviando, con destino a nuestra galaxia, una señal arrítmica, periódica y constante. Fueron diez años durante los cuales Karlem, la única mujer de la expedición, no cesó un instante de pensar en la despedida, en las cosas hermosas que quedaron en La Tierra, en las voces entrañables que le dijeron: “¡Karlem, enhorabuena! Eres la primera mujer en viaje por los espacios intergalácticos, que es tanto como decir, en viaje hacia el infinito”.  Se preguntaba una y mil veces. “¿Qué objeto tiene entregar el resto de una vida?”. Pero se reconfortaba con la esperanza de conocer a los autores del incesante llamado. Además, en más de una ocasión había soñado con la existencia de una civilización más avanzada que la nuestra. Le parecía que el hombre terrestre, a pesar de su innegable progreso, no había alcanzado su total perfeccionamiento. Aún existían el odio, la envidia y el egoísmo, no obstante la alta tecnología productiva y la educación dirigida. Consideraba que el Hombre integral sólo puede albergar en las interioridades de su cerebro, amor, pero amor en la más amplia significación del término. Y estaba convencida de que ese hombre perfecto debía existir en algún lugar del universo.

La Tierra, en cambio, había envejecido muchos siglos después de la época en que los astrofísicos y radio astrónomos del Centro Gagarin, con fundamento en la tesis que sostiene que en la naturaleza no se dan radioemisiones  de carácter periódico, llegaron a la conclusión de que dichas emisiones tenían que provenir de alguna inteligencia del cosmos y además extraordinaria porque las ondas del mensaje debieron partir cuando todavía no habían hecho su aparición sobre nuestra superficie los primeros seres vivos y apenas si terminaban de conformarse las primeras proteínas. Una estrella de la clase U, ubicada en el plano medio ecuatorial de la galaxia IC-9801 del cúmulo de Boyero, a tres  millones de años luz, fue señalado  como el lugar del cual partieron las poderosas ondas de radio captadas en La Luna. Y hacia ese lugar del cosmos indicaban el rumbo las coordenadas de vuelo de la Antar II.

Por lo anterior, Karlem, la valerosa ingeniero responsable de las comunicaciones, no logró resistir el incontrolable deseo de conocer lo que está más allá de las estrellas, y pudo armarse del valor suficiente para aceptar hacer parte de una expedición incierta que quizás nunca llegue a su destino ni logre regresar a su lugar de origen. Encerrada como estaba en sus pensamientos, no escuchó la orden dada por el comandante Rob para que la tercera unidad de energía fuera activada y la nave lograra la octava velocidad cósmica. Un breve titubeo y la astronave brilló, con el fulgor de un sol, para anunciarle al espacio ilimitado que los hombres de La Tierra se disponían a ingresar en sus misteriosos laberintos en busca de nuevas realidades. La pantalla ovoidal se vio de pronto llena de figuras fugaces, de líneas multicrómicas que semejaban un filme interminable y de indescifrables puntos brillantes que se agigantaba para perderse luego. Habían logrado la aceleración y velocidad necesarias para superar la atracción del campo gravitacional galáctico. Atrás quedaba, como dormida en una alfombra oscura, la Vía Láctea, nuestra ya pequeña morada.

Rob cumplía su quinta misión en el espacio. Pero ésta era para él la más importante. No sólo porque era la primera incursión extra galáctica del ser humano sino porque con ella se le presentaba la oportunidad de demostrar su teoría de la Relatividad Simétrica de la Materia que expuso en la Academia de Ciencias cuando resolvió conseguir el grado en astrofísica. Por su mente aún desfilaban los rostros sardónicamente sonrientes de los examinadores y en especial el de Lon Vert, quien le interrogó entonces: “¿Acaso es posible que en nuestro planeta nazcan de padre y madre diferentes, dos hijos exactamente iguales?”; para demostrarle que la simetría de la Materia no podía llegar a los extremos por él pretendidos.

Varios años terrestres después, una estela de luz con la intensidad de una supernova, iluminó las aerodinámicas líneas de la cosmonave. Su luminosidad creciente duró pocos segundos, los suficientes para que el ojo avizor del piloto electrónico dispusiera la apertura de las cabinas de hibernación en las que los valientes astronautas acortaban el tiempo para matar la monotonía y posibilitar el éxito de la empresa. Rob miró la pantalla de controles y observó que quedaban en ella huellas del extraño fenómeno, fragmentos titilantes de color plata se refractaban en la cúpula de vitrilo formando una hermosa acuarela cristalina que lo transportó imaginariamente a un mundo de fantasías. “¡Marcha atrás!”, ordenó, no sin antes solicitar los cálculos a los ingenieros de vuelo. “Solo una cosmonave es capaz de dejar rastros como éstos”, agregó.

Estaban justamente en el lugar llamado de las carrozas de fuego, casi en la mitad del viaje. La operación de frenada para constatar la naturaleza del objeto estelar visto demoró algunas horas terrestres y la Antar II tuvo que regresar y adelantar dos veces antes de quedar frente a frente con el misterioso objeto del cosmos, que ahora se mostraba imponente como lo que en verdad era: una nave colosal que tenía la figura de una golondrina en pleno vuelo. Dos extensos alerones que terminaban hacia atrás en punta contrastaban con sus cuatro reactores en forma de delta. Su cabina se alargaba como un hilillo de plata hasta confundirse con las tinieblas del espacio.

Segundos de contemplación más tarde, una lucecilla de color violeta apareció en las láminas inferiores del cuerpo central y se fue ampliando hasta transformarse en una pequeña plataforma recubierta por un cono de material trasparente. “No cabe duda, vienen preparados para mostrarse ante nosotros” dijo Rob. Y tuvo que criticar la imprevisión de los ingenieros constructores de la nave terrícola porque no había en ella mecanismo alguno para mostrarse a otros seres del cosmos en las afueras del espacio y era imposible todo intento de transbordo sin poner en riesgo la vida de la tripulación.

El momento esperado por siglos se producía. Y fue entonces cuando Karlem dio rienda suelta a su fantasía recordando la ley de la complejidad estética de la materia recientemente formulada. “Los habitantes de una civilización extraterrestre con millones de años de existencia, tienen que ser anatómicamente perfectos, hermosos, y espiritualmente pletóricos de amor y de optimismo en las infinitas capacidades de la inteligencia. Igual que en los cristales, la materia viva en su desarrollo ascensional adopta una organización mucho más armónica y perfecta, en proporción al tiempo de evolución”. Rob, por su parte, no pudo evitar pensar en ese instante, en las interminables sesiones de la Academia y en la frase final de su discurso: “La simetría es una propiedad universal de la materia que no admite excepciones. En algún lugar del cosmos debe existir una galaxia o un sistema estelar o un planeta parecidos a los nuestros pero de signo contrario”. Tampoco pudo evitar pensar en la imposibilidad de comunicar a sus descendientes de La Tierra el gran encuentro, en Varna su esposa resignada quien le dijo al partir: “Rob yo sé que tú algún día, cuando de mí no quede sino el recuerdo, allá en el infinito, podrás gritar que tenías la razón”. Y pensó también en los años de viaje que todavía faltaban, en la cara huesuda de Lon, en los ojos anhelantes de Karlem, en tantas y tantas cosas, que no observó dos figuras esbeltas, desnudas, que aparecieron en actitud de danza y modelaje sobre la plataforma de cristal de la astronave amiga, ni escuchó la exclamación de asombro de Karlem al mirarlas: “¡Pero si somos nosotros!”.

Montería, 1972.

*Hace parte de mi primer libro de cuentos de CF titulado Glitza (1979) y fue publicado inicialmnte en el Magazín Dominical de El Espectador en ese año de 1972.

domingo, 8 de julio de 2012


“LA PARTÍCULA DE DIOS”

Por Antonio Mora Vélez
La confirmación de la existencia del llamado bosón de Higgs introduce un nuevo elemento de discusión en la milenaria confrontación entre las concepciones filosóficas espiritualistas y materialistas del mundo.  El mentado bosón –cuyo descubrimiento es sin duda uno de los grandes aportes de la ciencia al pensamiento humano- demuestra que el proceso de transformación de la energía en materia masificada es el mecanismo de formación de las partes de que se compone nuestro universo.  Los bosones –cabe explicarlo-- son los portadores de la acción que la fuerza de un campo ejerce sobre las cuerpos y partículas que interactúan dentro de su esfera de influencia.  Cada una de las llamadas cuatro fuerzas de la naturaleza tiene su bosón respectivo. El gravitón para la gravitacional, el fotón para la electromagnética, el gluón para la fuerza nuclear fuerte y los bosones W+, W- y Z para la fuerza nuclear débil.
Si nos remitimos a la teoría del Big Bang, el bosón de Higgs es la partícula portadora de la fuerza unificada del campo inicial también unificado del universo en el cual vivimos. Y gracias a su acción, durante los primeros tiempos después del estallido, se formaron los electrones y los quark y éstos se unieron para formar protones y neutrones; un millón de años después electrones, protones y neutrones se unieron para formar átomos cuyas posteriores combinaciones, millones de años más tarde, dieron lugar a las galaxias, las estrellas, los planetas, la vida y el hombre. Como corolario de ese proceso el campo unificado inicial se deshojó como un queso de capa y dio origen a los campos gravitacional, electromagnético, nuclear fuerte y nuclear débil ya señalados. Y la fuerza unificada inicial se abrió como un atado de tallos junto con las capas y dio origen a las cuatro fuerzas descritas arriba.
El descubrimiento de la Física que comentamos es de una gran importancia porque confirma la necesidad de relacionar la mecánica cuántica y la clásica en el estudio del cosmos. De cómo para entender muchos fenómenos del macrocosmos hay que recurrir a las leyes del microcosmos, esto es, de la mecánica cuántica, tal y como lo afirmó Stephen Hawkings luego de  explicar la naturaleza de los llamados agujeros negros. Y le abre camino a la tarea de desenredar los enigmas de la expansión del universo y definir si éste va hacia una expansión infinita o tarde o temprano llegará a un estado de equilibrio térmico producido por la entropía en el que habrán desaparecido hasta los protones y los neutrones y solo existirán partículas ligeras y radiación, estado de equilibrio que será roto por la acción gravitatoria en estado cuántico y  seguramente gracias a la acción de esa llamada “partícula de Dios”:  los bosones de Higgs, dispuestos a recomenzar el proceso pero en sentido inverso, no hacia la expansión sino hacia la contracción del universo.
Una partícula que es capaz de poner en funcionamiento la dialéctica del mundo merece el calificativo de “la partícula de Dios”. Ella, sin tener masa, y siendo partícula y onda al tiempo, lo que le permite ser parte y todo en el campo unificado originario, y tal vez por ser la fuerza integrada inicial, logra que de la energía que lo contiene, que es el todo, salgan las partículas dotadas de masa que estructuran como ladrillos, el universo. La materia tiene la razón de su existencia en sí misma, reiteran ahora los materialistas. El campo unificado y la gran fuerza inicial no son materia, responden los espiritualistas. El Dios que aviva el mundo reside en él, es la esencia que lo mueve, y el bosón de Higgs es su instrumento, dirán los panteístas.  ¿Y quién creó la energía primigenia y al mentado bosón?, preguntarán los teístas. Y se las dejo ahí, por ahora.



lunes, 18 de junio de 2012

RAY BRADBURY



Para empezar, esta verdad: los cuentos y novelas de Ray Bradbury  tienen un espacio especial en mi memoria. Y la razón es que nadie como él ha podido plasmar en un relato la tristeza del hombre frente al futuro incierto que le espera, sin necesidad de recurrir a las imágenes truculentas y terroríficas de algunas corrientes modernas de la ciencia-ficción. Cuentos como Vendrán lluvias suaves y El peatón son suficientes para hacernos entender que el hombre está condenado a la extinción si persiste en su afán de acabar con la naturaleza -que es su madre- en aras del progreso de los hornos y de las turbinas. En el primero de esos cuentos, una casa inteligente que subsiste después de un cataclismo, sigue sirviendo a sus huéspedes ya muertos como si nada hubiera ocurrido, hasta que un incendio la destruye. En el segundo, un escritor -el último peatón de una ciudad deshabitada- es descubierto por un carro policía automático y llevado a un centro siquiátrico para curarle sus “tendencias regresivas”, que por tales entiende las de escribir y las de pasear para coger el aire de las calles solitarias. O las Crónicas Marcianas, una colección de relatos elegíacos en los que Bradbury reafirma su esperanza de salvación de la vida humana muy a pesar de la destrucción de La Tierra y en los cuales Marte es un símbolo del cual se vale al autor para mostrarnos todo lo bello y bueno que perdimos en nuestro planeta. 
Pero la joya de la corona es tal vez Fahrenheit 451, novela en la que Bradbury nos previene del poder alienante y desorientador de los medios de  comunicación -lo que hoy es una realidad-  y  del papel nefasto de los fundamentalismos ideológicos y de los totalitarismos políticos, hoy de sobra conocido. Montag, el personaje –“uno de los tipos más puros de la literatura universal” según Charles Dobzinky-, descubre que leer y memorizar libros es mucho mejor que quemarlos porque en cada uno de ellos hay alguien que dedicó parte de sus sueños y de sus energías para escribirlos y porque en sus palabras tiene que haber algo para que una mujer se deje quemar viva por el delito de poseerlos. Y Montag cambia de bando y se une a los perseguidos del sistema, todos ellos conservadores en el mejor sentido de la palabra, de las obras clásicas de la literatura y del pensamiento.
La ciencia-ficción tiene dos líneas aparentemente antagónicas: la distopía (mostrar un futuro nada bueno para la especie humana) y la utopía (que propone todo lo contrario). Bradbury tiene el mérito de haber superado esos límites otrora rígidos del género y haber optado por su combinación.  Por eso en su obra, al tiempo que el hombre enfrenta realidades desconcertantes y apabullantes, siempre hay una salida. Como lo dice uno de los personajes de Fahrenheit 451: “eso es lo maravilloso del hombre; nunca se descorazona o disgusta tanto como para no empezar de nuevo”. Además del lenguaje poético y de la fantasía desbordante que hay en varios de sus relatos (Las doradas manzanas del sol y Calidoscopio, por ejemplo), ese optimismo humanista es uno de sus grandes aportes al género y una de sus enseñanzas a sus discípulos. Con él aprendimos que el peor de los futuros posibles no puede cerrarnos las puertas de la esperanza; esa esperanza bradburiana que transita por todos mis libros de cuentos y poemas, empezando por Glitza y que es el gran mensaje de mi novela Los nuevos iniciados. Por eso, perdónenme si les digo que en Colombia nadie como yo ha lamentado tanto su muerte.

Antonio Mora Vélez.


sábado, 26 de mayo de 2012



PALABRAS DE PRESENTACIÓN DEL LIBRO “YO, RAÚL”.

Yo, Raúl –es el libro del profesor y escritor Rubén Darío Otálvaro Sepúlveda que hoy presentamos en esta ciudad en donde vivió su niñez el poeta Raúl Gómez Jattin. Un libro que estaba haciendo falta para conocer más a fondo la lírica de este gran poeta nuestro que, a juicio de muchos críticos, le dio a la poesía colombiana un nuevo aire con sus temas y por la calidad de su obra.  El análisis de la poesía de Raúl Gómez Jattin lo hace nuestro escritor Otálvaro con base en tres categorías de la crítica: el sujeto lírico, el espacio poético y la intertextualidad.  Ellas le sirven para señalar, primero, que en “la poesía gomeziana…--cono él la denomina-- el yo poético es expresión directa del yo biográfico”. Con lo cual Gómez Jattin –dice Otálvaro-- se distancia de la poesía moderna, que “plasma una visión del mundo a través de la creación de una voz poética impersonal hasta el extremo de hacerla casi inidentificable”, de casi hacer desaparecer la voz personal del poeta. Veámoslo con este ejemplo: “Los habitantes de mi aldea/ dicen que soy un hombre/ despreciable y peligroso/ y no andan muy equivocados// Despreciable y peligroso/ Eso han hecho de mí la poesía y el amor//. El poeta y el hombre se confunden en estos versos y en casi todos los demás de su obra.
El espacio poético de Gómez Jattin es para Otálvaro, el Sinú con sus  ciénagas, poblaciones, frutas y animales. Un espacio poético que se convierte en símbolo del dolor y del amor, de la vida y de la muerte, de la soledad y de los sentimientos que atormentaron su vida. Pero Otálvaro agrega, lo que le da más profundidad a su análisis, que Gómez Jattin no pudo prescindir de esa naturaleza para expresar sus sentimientos. Una de sus obsesiones –dice—: dibujar su propio retrato de vida, no lo pudo hacer sin “dejar de poner en él, como paisaje de fondo, sus llanuras sinuanas, los frutos, los animales, el calor de su tierra”.  Y en especial el río –gusano de cristal irisado—del cual se considera hechura cuando afirma ser “hombre de río pero con el alma  negada”. En síntesis: La geografía en Gómez Jattin, o sea el espacio poético, está tan íntimamente ligada al Yo poético, al sujeto lírico, que se puede decir que son una unidad de opuestos, y que gracias a esa unidad del uno y del otro fue posible el surgimiento de esta gran poesía.
Pero el diálogo de Gómez Jattin con la geografía y con la cultura del Sinú, con los poetas, dramaturgos, filósofos y pensadores que leyó, también se sumó al proceso de creación de la poesía gomeziana.  Con este recurso, al cual los teóricos le denominan intertextualidad,  nos muestra el profesor y escritor Otálvaro la vasta erudición que el poeta tenía sobre muchos temas, e incluso la razón de ser de su estilo y de su visión de la vida. Gracias a este análisis entendemos, por ejemplo, que el verso intimista y sencillo se lo debe nuestro poeta a quien fuera uno de sus paradigmas, el poeta español Antonio Machado. Y de cómo el erotismo y algo de su estilo lo bebe Raúl en la fuente de la poesía de Walt Witman. De cómo descubrió la tristeza en el rostro de su padre mientras éste le leía la Canción de la vida profunda de Barba Jacob. Y de cómo la poesía de Octavio Paz, lo que el poeta confiesa en tres de sus versos, lo puso en contacto y lo hizo pensar en el aire, en la luz solar, vale decir en la naturaleza, y le facilitó la conversión de ésta en expresión de su tristeza. Hay un poema de Paz dedicado al pintor mejicano José Luis Cuevas que parece escrito pensando en Raúl. Dice en su estrofa final: “desde el fondo del tiempo, desde el fondo del niño, José Luis –podríamos decir Raúl- dibuja nuestra herida”.
De todo lo anterior, sumado tales elementos como las partes de un suculento banquete literario, surge según Rubén Darío Otálvaro, la poesía de Raúl Gómez Jattin, una poesía que maneja un estilo prosaico y oral que rompe con la tradición conservadora de la poesía colombiana y  que no hubiera sido posible sin la maravillosa conjunción de la tristeza de Raúl frente a las imágenes de su memoria, sin el escenario del Sinú que le propició los pocos días de felicidad que tuvo y sin el aporte de sus muchas lecturas que le dieron el soporte estilístico y de sabiduría para poder expresar lo que hay en su obra. Qué tan lejos este análisis del unilateral que resalta más la vida, la biografía del poeta con sus pasiones, defectos y tormentos. A éstos últimos, a los que han dado más importancia al loco, al homosexual, al drogadicto, el poeta les dice en sus versos dramáticos: “Valorad  al loco (no lo miren a él, miren al hombre, al poeta) porque él nos representa ante el mundo,/ con su sensibilidad dolorosa como un parto”. Y eso, mirar al poeta, su entorno y sus lecturas y reconocer de paso al hombre es lo que ha hecho Rubén Darío Otálvaro con este maravilloso libro que hoy presentamos en homenaje a la memoria del gran poeta de Cereté.


Antonio Mora Vélez,
Cereté, Casa de la Cultura Raúl Gómez Jattin, mayo 25 de 2012.

lunes, 14 de mayo de 2012

¡QUÉ GRAN DESPERDICIO!

A Carl Sagan, autor de “Contacto”.

Si esa luz que nos llega de Sirio o de Andrómeda
no alumbra el sueño de otros seres.
Si en todo el universo, como dicen los escépticos,
la vida es ausencia en medio de la noche.
Y si la palabra reside solo en este valle del cosmos
y el infinito es arena y gas y una que otra hoguera
en el tapete azabache de los dioses.
Qué gran desperdicio de espacio, Señor...
¡qué falta de visión la tuya! ¡cuánta soledad! ¡cuánta tristeza!


 2001

martes, 17 de abril de 2012

EL PARTIDO DE MAGOLA

Por Antonio Mora Vélez.


Ese día del célebre partido de pelota del cuento, estudiábamos un examen de derecho penal: Fernando, Lucho, Geminiano y yo, en la casa del primero ubicada en el popular y populoso barrio Torices, sede del equipo de béisbol profesional del mismo nombre. Habíamos concertado llegar temprano para almorzar algo –invitados por la esposa del amigo--, conversar un rato mientras hacíamos la digestión y estudiar hasta las 9 de la noche ya que después de esa hora era difícil encontrar un bus que nos llevara al centro y en mi caso, encontrar otro de la ruta Popa-Olaya que me transportara hasta mi casa.
En el estadio 11 de noviembre se enfrentaban las novenas de Bolívar y Córdoba, uno de los clásicos de la pelota costeña. Y de no haber sido por ese examen me habría ido para el “coloso novembrino”--que así lo llamaban los locutores-- a ver al “Tigre” Leal enfrentando los lanzamientos cruzados del “Santico” Berrocal y al “Regadera” Rodríguez despachando la pelota de hit a todos los jardines. Pero había que cumplirle al profesor Guillermo Gómez León, que era un buen docente y exigente en su materia, pero sobre todo porque él tenía del grupo y de mí en particular, el mejor de los conceptos como estudiantes.
Cuando hubimos repasado todos los artículos de los delitos contra la libertad y el honor sexuales, suspendimos y decidimos salir a la avenida a esperar el bus de Torices-Crespo. El partido iba todavía por el quinto episodio –lo escuché en la tienda del sector-- y pensé que tendría tiempo de escuchar el resto por la radio en la voz deportiva de Marcos Pérez Caicedo. Y así fue en efecto, pero antes debo decirles que Geminiano y Lucho vivían en las residencias universitarias, que quedaban a pocas cuadras de la estación de la avenida Venezuela en el Centro, y por eso, a los pocos minutos de espera, se embarcaron en su bus, que era ya el último. Yo, en cambio, residía en el barrio 13 de junio, bastante lejos de donde estábamos, y por eso decidí quedarme en Torices y aceptar la invitación de la mujer de mi primo Pablo, de dormir esa noche en su apartamento situado a tres cuadras de la casa de Fernando.
La noche estaba metida en lluvia y esa fue otra razón para no aventurarme hasta el barrio 13 de junio, que estaba construido sobre una meseta, y era que el bus de Popa-Olaya me dejaba abajo en la estación de gasolina de Caimán y entonces me tocaba, para llegar a la casa de mi tío Agustín, subir por una calle que era una pendiente destapada de cinco cuadras que se convertía en un barrial cuando llovía. Fernando me acompañó hasta la puerta del apartamento de Magola, que así se llamaba la mujer de Pablo, y se retiró hacia su casa una vez aquélla me invitó a entrar. El apartamento no era tal sino la segregación de parte de una casa habitada por una familia de pocos miembros que decidió reducir su espacio para ganarse los dineros de la renta; constaba de una sala-comedor, de una alcoba espaciosa, una cocineta en el patio común y un baño anexo a la alcoba. La sala-comedor de mi primo estaba separada de la sala de la casa por una cortina gruesa y enorme que permitía el paso de un lugar a otro con solo apartarla en una de sus orillas. Y se me vino a la cabeza entonces que no debía ser nada agradable vivir así ya que la intimidad de la alcoba, que no tenía puertas sino también otra cortina pero transparente, era vulnerable desde el otro lado de la casa.
La mujer de mi primo me recibió en bata de dormir de seda transparente. La sala-comedor estaba alumbrada por la luz de la alcoba y pude ver el juego de tres muebles y una mesita de centro, y la mesa redonda del comedor con cuatro sillas. Me informó que me acostara en el sofá, en donde ya estaban dispuestas la almohada y la sábana. Me indicó donde quedaba el baño y me dijo que si tenía necesidad de ir a él que atravesara la alcoba sin pena, que éramos de la familia y estábamos en confianza. Finalmente me dijo que si yo quería, ella apagaba el radio, que lo tenía encendido justo en el partido de pelota que yo quería escuchar. “Es para saber a qué horas se acaba porque Pablo se lo está viendo y tengo que calcularle el tiempo de regreso para saber que no se fue con sus amigos a parrandear con las putas de Tesca”, me dijo para justificar el encendido.
--No, si no te molesta, no lo apagues que yo quiero escuchar el partido—le dije

Yo estaba en la sala y ella en la entrada de la alcoba y pude verle con la ayuda de la luz, su cuerpo desnudo y esa visión me transportó mentalmente al bar Tropicana de Montería y a la noche en que supe lo que era el sexo por primera vez con la vecina gordita que trabajaba en ese bar. Magola, igual que la mesera de esa noche memorable, no tenía un cuerpo esbelto, era bajita y gordita, pero en la exhibición de sus piernas gruesas, en sus amplias caderas y en sus senos aún turgentes, se adivinaba la lujuria que sus ojos trataban de ocultar.
--Hasta mañana, Mago. –le dije y me senté en el sofá a esperar a que ella se acostara y apagara la luz para yo quitarme la ropa y acostarme en calzoncillos.
Pero Magola no apagó la luz ni tampoco la radio. Alcibíades Jaramillo por Bolívar y Wilfrido Petro por Córdoba, seguían entretanto, trenzados en un duelo de serpentinas, dominando a los mejores bateadores de ambas novenas. Habían transcurridos seis episodios y el marcador era un cero a cero que mantenía en tensión a los miles de espectadores del estadio y a los centenares de miles de radioescuchas de ambos departamentos.
-!Tony…! estás escuchando el partido?—dijo al rato Magola desde su cama y le contesté que sí y pude entonces observar al mirar hacia ella y a través del toldo para los mosquitos, que se había quitado la bata y estaba con un interior que le cubría apenas el monte de Venus y el valle que se abre entre sus nalgas.
- Lo que es Bayuelo le mete un palo a Petro y se le acaba la vaina a los cordobeses-- agregó.
Pero el palo de Bayuelo no se produjo y el partido continuó en su monótono transcurrir de ponches, roletazos al campo interior y elevados fáciles a los jardines que colgaban cero tras cero y yo alternando mi atención en la narración de Marcos Pérez con las poses insinuantes de Magola, que no hacía sino cambiar de posición en la cama a cada rato, según la jugada, y levantarse del lado de la sala para hacer algo impredecible pero en verdad –así lo supe después-- para que yo la viera de frente y le contemplara el triángulo de su sexo que resaltaba coposo en su pantaloncito blanco de encajes.
Una hora más tarde, cuando el partido estaba en la conclusión del noveno y bateaba la tanda brava de Bolívar, le dije a Magola, con la decente pero ingenua intención de que se cubriera: “Mago… voy a orinar”.
-Ya sabes el camino--me respondió.
Me dirigí hacia el baño, sin mirar hacia la cama al pasar frente a ella. Al terminar de orinar no resistí la tentación de verla desde el sanitario y noté que ya entonces Magola se había quitado el interior de encajes, estaba boca abajo resaltando la herencia bantú de sus voluminosas nalgas y que la sangre empezó a llenar de fuerza mis deseos. Esperé uno o dos minutos que Fernán Velásquez aprovechó para robarse la segunda base. Comencé a caminar hacia la sala, esta vez disimulando, como si nada estuviera ocurriendo. Ni dentro del toldo ni en la pasión carnal alebrestada que bregaba por salirse de mis casillas.
-¡Oye, vas a esperar a que se produzca el último out del último inning!—, me dijo sonriente justo al pasar frente a los pieceros de su cama, lo que me obligó a contemplarla en su imponente y provocadora desnudez. Vi entonces, inmóvil por la turbación, que abría ligeramente las piernas y se pasaba con delicadeza la mano derecha por su sexo y que levantaba el toldo con uno de sus pies para que yo entrara.
Sobra que les diga que, sin pensar en las consecuencias, me monté en esa potranca entusiasmada y que cabalgué en ella gozoso por varios minutos; pero no sobra que les diga (porque no era previsible) que justo en el momento del climax con Magola, Tomás Moreno bateó el hit con hombre en segunda que dejó a Córdoba con las manillas en las manos.


2010.

miércoles, 11 de abril de 2012

LA GORDITA DEL TROPICANA- Prólogo.

PALABRAS DE ENTRADA
Carlos Orlando Pardo
Seré verídico para que no me crean
Tomás Carrasquilla
La patria del hombre es su infancia, sentenció alguna vez León Tolstoi y es de aquella fuente inagotable donde Mora Vélez bebe para entregarnos este nuevo libro poblado por historias de inocencia, tan extrañas aunque bellas hoy como cuando a Aureliano Buendía su padre lo llevó a conocer el hielo. Y avanza hasta los tiempos de la pubertad encabritada donde el instinto comienza a alargarse y los sueños húmedos alcanzan su pedestal para transformarse, con el paso del tiempo, en la emoción de recrearlos en la literatura, sin que la vida se detenga ahí sino vaya inclusive a las horas que cruzan hasta que el sol comienza a iluminar nuestra espalda. Épocas fantasiosas y de maravilla por la candidez en que crecimos con los sueños intactos y nos permiten resucitar antiguas emociones bajo la magia de la palabra justa, pero ante todo por el de la turbación creativa que no deja morir escenas de momentos que marcan nuestra vida y son más o menos comunes a una generación que hoy se erige en plena madurez.
Salvo para la grata curiosidad del mundo literario, el origen remoto o próximo de una fábula vertida al relato no tiene la importancia que refleja a la hora de la verdad cuando se lleva al texto escrito. Sus razones desde la evocación para hacerlo no pasan de ser un lugar frecuente a buena parte de los escritores en el planeta. Lo que sí resulta noticioso, en este caso, es el cambio repentino, tanto en su novela A la hora de las Golondrinas como en este nuevo libro de cuentos de Antonio Mora Vélez, del escenario usual de sus ficciones que circulan por las carreteras intergalácticas a las avenidas donde uno se tropieza con situaciones ubicadas precisamente en este mundo, en que su búsqueda continua y creativa por cambiar de atmósferas y temas, hace su aparición lejos de aquellos nidos estrellados y asteroides remotos.
Entre uno y otro, por fortuna, lo que permanece intacto es su talento en el narrar, la creación de ambientes que viajan hacia el centro de los sentimientos encontrados, dosificación inteligente de la anécdota, economía de lenguaje y estructura que lleva sin duda a atrapar al lector entre las fauces poéticas y a veces desencantadas de las pasiones evocadores de un tiempo diluido que rescata y resucita en su lucha tenaz contra el olvido.
Sin duda, el lector hallará en estas páginas la lucha del ser por reconstruir viejos pasajes instalados en la memoria que dejan florecer emociones y aprendizajes alrededor de la fugacidad de la existencia. Reconforta estacionarse en libros como este de Antonio Mora Vélez que nos permiten vivir estremecimientos y nos deja la impresión no de haber leído un libro sino de haberlo sentido, la indiscutible magia de los escritores verdaderos.
Desde la valija de sus evocaciones, el autor nos remite a un universo desdeñado y desconocido hoy que parece extraño al de la era de la tecnología y creyera removido sólo de su imaginación pertinaz ya reconocida internacionalmente, porque se juzgarán extrañas y hasta de la escuela del realismo mágico sus historias, pero quienes hemos vivido lo prodigioso de las provincias entendemos que es la vida de cuerpo entero, por dentro y por fuera, la que palpita y cabalga sin temor por sus páginas.
Los 21 relatos que integran el nuevo volumen de Antonio Mora Vélez, se distinguen también por su brevedad y lo intenso de las historias que narra. Las reiteradas dedicatorias de los textos a seres queridos suyos que partieron más allá de la vida pero no del afecto, concretan no sólo un homenaje a su memoria, sino a un pretérito donde habita la pobreza y la ilusión de crecer, como si el lente retrovisor permitiera el examen de un largo trayecto por la existencia donde la satisfacción de haber vivido algunas desilusiones no dejan huella de resentimiento sino de aprendizaje, y aquí está el testimonio estético desde lo estrictamente literario para eternizar esos instantes.
¿Qué significan para un niño las pequeñas cosas? Mi caja de cartón magnifica lo que simbolizaba para ese infante el recipiente ajado de cartulina gruesa que el chiquillo asumía como su único tesoro y logra poner en primer plano para que tome vida algo tan en apariencia insignificante, lo que sólo el buen cine o la buena literatura logran. Allí, en ese pasaje que conmueve escrito en 1978, deja ver cómo, desde hace ya más de tres décadas, Mora Vélez era en realidad no un aprendiz sino un escritor.
El grato paseo al que nos lleva, tiene variedad de paisajes y situaciones que pueden ir hasta Los Indios donde los cuentos de miedo, la música, el deporte y el mar son el escenario. El de la evocación de los sustos y las creencias de la infancia bajo el templo de lo supuestamente demoníaco por el ritual de los masones, en Berenice. La primera decepción amorosa que de tragedia íntima se transforma en resurrección rápidamente, en Más bella que Georgina. El cambio de mirada sobre la vida en Mi dulzaina. El gallito giro como un juguete viviente al que las limitaciones de la pobreza llevan a su exterminio. En Recogiendo los pasos los espíritus que aparecen para despedirse. En Cielito, las suplantaciones y el abandono. En La gordita del Tropicana, la sesión de estrenar el adiós a la virginidad. En El borrachito de las 36, el enfrentamiento a la sensación cercana de la muerte violenta. En Ligia María, la corraleja, el acordeón y el merengue. En Rosario, el miedo a la recreación. En Plácida, el amor frustrado y evocado. En El partido de Magola, el béisbol y el deseo paralelos al ritmo del juego y la pasión exaltada por el deseo sensual. En El niño Dios, los tradicionales regalos de navidad cuyo conocimiento de la verdadera procedencia permiten el desencantado instante de la pérdida de la inocencia. En La aventura de los mangos, las pilatunas y la angustia de la madre cuando el hijo se va sin decir adónde. En Ana Bolena, los versos, la pobreza, la coquetería. En Por conversar un rato con Mariela, incomparable y bella evocación de los amores desaparecidos. En El funeral de mi abuelo, el abandono y la tristeza por la muerte. En Tierrasanta, el comienzo de un activismo sindical y en El circo, aquel asombroso espectáculo que todos vivimos y admiramos. En fin, un viaje por la vida vuelta lenguaje y un libro de Mora Vélez que recibimos con alborozo.
Ibagué, Nuevo Rincón Santo, marzo 5 de 2012

domingo, 8 de abril de 2012

A BARRANQUILLA

Por Antonio Mora Vélez.

Te confieso que casi nunca
me he mirado en el espejo de tu ritmo,
que fuiste una referencia triste
en las páginas de mi exilio
y la imagen de una calle alborotada
a mi retorno con el tiempo.
No puedo decir que jugué
bola de trapo en tus campos de arena
(Excepto en Soledad, cuando era villa)
ni que bailé en las verbenas de Rebolo,
ni que me pinté la cara en la Batalla de flores.
Tampoco puedo decir que el arroz con liza
es mi plato favorito y no por proletario
sino porque me gusta más el de frijolito.
Y no enfatizo las erres cuando hablo
y no digo ¨ Ajá ñero ¿y qué? ¨, cuando saludo
y no creo –aunque a veces le haga barra-
que el Junior sea tu papá.
Pero tu aire cálido me dio la bienvenida al mundo
en una pieza humilde de Felicidad, Cuartel y 20 de Julio
y esa es de las cosas que no se pueden borrar
del sentimiento
por mucho bocachico,
por mucho suero atolla buey
y por mucho porro pelayero
que hayas disfrutado en tu vida.

Sincelejo, 1.998