viernes, 25 de septiembre de 2009

Un cuento de misterio

RECOGIENDO LOS PASOS


Lo vi parado al fondo del patio, cerca de la pluma en la que recogíamos el agua para el consumo de la casa. Estaba vestido todo de blanco y en una mano tenía algo así como un bastón o una vara santa. La noche estaba oscura y metida en lluvia y el canto de una lechuza sentenciaba la suerte del enfermo de la esquina. A lo lejos se escuchaba un porro tocado por la orquesta del cabaret El cocodrilo.

Al verlo sentí un estremecimiento por todo el cuerpo, más intenso del que sentí la vez que vi, en el camino que va a la ladrillera de Calamar, al temido personaje de los dientes de oro, patas de sátiro y cola de flecha. Yo estaba orinando y del susto suspendí la tarea, me mojé los pantalones y salí corriendo con dirección al cuarto que le habían alquilado a mi mamá.

Allí le conté lo que había visto y ella, para no asustarme más, me dijo que me acostara, que con seguridad esa visión había sido producida por un alma en pena que aprovechaba la oscuridad de las noches sin luna para recoger las oraciones de las beatas.

Motivado por esa explicación intenté ver las siguientes noches al señor alto y trigueño, vestido de blanco, pero no volvió a aparecer. Y terminé por olvidarlo y en desplazar mi interés de adolescente curioso hacia el desfile diario de cabareteras que solicitaban los servicios de modistería que ofrecía la dueña de la casa y en el exhibicionismo delicioso que había en la prueba de los vestidos que mandaban a hacer.

Un mes más tarde mi madre recibió de su prima Evelia una carta con un recorte de prensa que daba cuenta de la muerte de mi padre biológico en la ciudad de Bogotá y que le ponía fin a la espera alimentada por las adivinas del Paseo de Los Mártires, a quienes le consulté su paradero una y mil veces y de quienes obtuve siempre la misma respuesta: “Su padre está vivo y lo piensa mucho”.

Mi madre –que por mí no perdía las esperanzas de volver a verlo--, con lágrimas en los ojos y el recorte de prensa en las manos, me dijo:

--Hijo, me duele en el alma decirte que ya no vas a poder conocerlo... aquella noche a quien viste fue a tu padre, que estaba recogiendo los pasos y quiso saludarte en espíritu antes de iniciar el viaje a la eternidad.


Montería, Octubre de 2008.