viernes, 18 de abril de 2014

EL 9 DE ABRIL DE 1948


 

Por Antonio Mora Vélez


 

 

El 9 de abril se celebra en todo el país un aniversario más del asesinato del dirigente liberal Jorge Eliécer Gaitán, y después de 66 años del infausto acontecimiento todavía las autoridades judiciales no han encontrado a los autores intelectuales del crimen pero seguimos pagando sus consecuencias. Tal y como él mismo lo vaticinó: transcurrirían 50 años de violencia si las oligarquías lo asesinaban. Y han transcurrido más. 

La historia registra que las guerrillas colombianas surgieron como una respuesta del pueblo liberal frente al asesinato de Gaitán. Fueron inicialmente guerrillas liberales que fueron derrotadas por la muerte de varios de sus jefes, el abandono que sufrieron de las directivas del liberalismo y la conversión al “bandolerismo” de otros. Uno de tales jefes guerrilleros liberales de nombre  Pedro Antonio Marín se desmovilizó pero sin entregar las armas y fundó el caserío de Marquetalia, en donde vivía dedicado a la cría de cerdos y gallinas al momento de la célebre toma militar de 1964 promovida por la intolerancia goda y que dio origen al actual movimiento guerrillero.

La gran verdad de los historiadores es que  Gaitán no fue asesinado sólo por Roa Sierra ni por el comunismo internacional, sindicado por el presidente Ospina Pérez y la prensa conservadora de entonces para desviar la atención. Fue asesinado –dicen algunos-- por quienes temían un ascenso del pueblo al poder de la mano suya y del partido liberal del cual se había apoderado con su verbo y su carisma. Un llamado al crimen hizo un semanario conservador de Montería unos días antes del magnicidio, argumentan. Y presuntamente por la CIA –sostienen otros--, interesada en crear las condiciones para que en la conferencia Panamericana que se realizaba en Bogotá se aprobara la declaración anticomunista que proponía el delegado de los EEUU y que no contaba con el apoyo mayoritario de los asistentes antes del magnicidio y que finalmente se aprobó.

Gaitán era un reformista, un liberal de tendencias socialdemócratas, pero en modo alguno marxista ni simpatizante del comunismo. Su ideario así lo decía claramente. Él  pensaba en repartir mejor la riqueza nacional para permitirles a los pobres tener su parte y  tenerlos en cuenta también a la hora de las grandes decisiones del Estado. Nunca propuso la abolición de la propiedad privada ni la dictadura de una clase o de un partido. Abogó por la “restauración moral de la República” en contra de “los mismos con las mismas”, los oligarcas de ambos partidos que empezaban a manchar la dignidad de Colombia con actos de corrupción y violencia, y llamó a la unidad del pueblo diciéndole que “el hambre no era liberal ni conservadora”. Aspiraba a forjar un partido liberal con ideas de transformación social encaminadas a poner a Colombia a tono con los cambios que se habían producido en el capitalismo de Europa, los cuales condujeron a varios de sus países a los niveles de desarrollo y justicia social que hoy tienen. A nada más aspiraba el caudillo. De haberlo logrado como presidente hubiera reducido la miseria, las desigualdades, la corrupción, la intolerancia política, y hubiera iniciado el proceso de construcción de un país con justicia social, más democracia y sin violencia. Y tal vez hoy no tuviéramos un 80% de colombianos en la pobreza y no hubiéramos tenido guerrillas, ni parapolítica ni paramilitarismo.

Hoy, ese partido liberal del cual él se apoderó para hacer la revolución democrática, es otro; está en poder de las oligarquías que el tribuno del pueblo combatió y nada se puede esperar de él si queremos cambiar a Colombia. Y mucho menos de los nuevos partidos surgidos para darle cabida a las ambiciones de la nueva clase política. Solo el socialismo democrático salva a Colombia; un gobierno y un sistema que lleve la justicia social a todas las capas de la población sin tener que recurrir a la supresión de la propiedad privada; que le devuelva la democracia al pueblo, convirtiéndolo en verdadero definidor de su destino sin menoscabar el derecho a la oposición legal de las minorías y que rescate la soberanía económica y política de la Nación, hoy menoscabada por los gobiernos entreguistas que hemos tenido.