martes, 25 de junio de 2013

FRAGMENTO DE MI NOVELA AUTOBIOGRÁFICA.


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   En esa casa del tío-abuelo vi –cuando apenas empezaba a tener conciencia de la vida- la turba de hombres y mujeres del pueblo que se dirigían armados de palos y machetes hacia el Paseo de Los Mártires para vengar la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. Me contó Luz Elena, mi madre, que ese día escuchó a un señor de apellido Blanco arengar desde la esquina por un altavoz a las montoneras para que no dejaran intacta ninguna tienda o negocio de la oligarquía y que empezó a temer por la tienda y por la piladora de maíz del tío-abuelo Luis Vega.  

   Y que aparte de que a los gaitanistas de Cartagena: a Jorge Artel, a Braulio Henao Blanco y a Ramón León y B, los pusieron presos en la Base Naval, que luego de ser liberados, el primero se tuvo que ir al exilio para salvar su vida y que al segundo lo mató días después un policía de apellido Quiroz y que una turba conservadora destruyó los estudios de la emisora en donde se transmitía el radio periódico Síntesis, de Víctor Nieto, señalado como afín al líder inmolado, aparte de eso no pasó nada en la ciudad ni tuvimos que lamentar tragedia alguna en la familia. Tal vez lo único que enturbió la tranquilidad solariega de los Vega fue la agresión verbal primero, y con un cuchillo después, de la señora Rosa Baldiris a mi tío Agustín, en respuesta a las palabras de éste dichas con infinito desprecio: “A ese negro había que matarlo porque si no perdíamos el poder”;  agresión que obligó a mi tío a echarla de su casa. Muchos lustros después, siendo estudiante de Derecho en la Universidad de Cartagena, me enteraría que la pobre señora  Baldiris se encontraba muerta en la morgue del Hospital Santa Clara a la  espera de un familiar o conocido que la reclamara, familiar que nunca llegó; y no pude menos que lamentar, no obstante la enemistad de ella con mi madre, ese doloroso fin de una mujer del pueblo que vivió arrimada en la casa de mi tío Agustín, bajo la protección de su amiga Angustia, y que defendió unas ideas que yo no entendía a esa edad pero que con el correr del tiempo sabría valorar en su justa dimensión, cuando comprendí con  mi experiencia lectora y mi militancia juvenil revolucionaria, que Gaitán no era marxista ni simpatizante del comunismo. Pero que sí era un político reformista, un liberal de tendencias socialdemócratas, honestamente comprometido con las ilusiones de redención social de un pueblo que padecía los horrores de la explotación y de la guerra. Su ideario así lo decía claramente. Él  pensaba en repartir mejor la riqueza nacional para permitirles a los pobres tener su parte y  tenerlos en cuenta también a la hora de las grandes decisiones del Estado. Nunca propuso la abolición de la propiedad privada ni la dictadura de una clase o de un partido. Abogó por la “restauración moral de la República” en contra de “los mismos con las mismas”, los oligarcas de ambos partidos que empezaban a manchar la dignidad de Colombia con actos de corrupción y violencia, y llamó a la unidad del pueblo diciéndole que “el hambre no era liberal ni conservadora”. Aspiraba a forjar un partido liberal con ideas de transformación social encaminadas a poner a Colombia a tono con los cambios que se habían producido en el capitalismo de Europa, los cuales condujeron a varios de sus países a los niveles de desarrollo y justicia social que hoy tienen. A nada más aspiraba el caudillo. De haberlo logrado como presidente hubiera reducido la miseria, las desigualdades, la corrupción, la intolerancia política y hubiera iniciado el proceso de construcción de un país con justicia social, más democracia y sin violencia. Y tal vez hoy no tuviéramos un 80% de colombianos en la pobreza y no hubiéramos tenido guerrillas, ni parapolítica ni paramilitarismo. Y entendí también, gracias a mis lecturas, que no fue asesinado sólo por Roa Sierra ni por el comunismo internacional, sindicado por el presidente Ospina Pérez y la prensa conservadora de entonces para desviar la atención. Fue asesinado por quienes temían un ascenso del pueblo al poder de la mano suya y del partido liberal del cual se había apoderado con su verbo y su carisma. Y por la CIA, interesada en crear las condiciones para que en la conferencia Panamericana que se realizaba en Bogotá se aprobara la declaración anticomunista que proponía el delegado de los EEUU y que no contaba con el apoyo mayoritario de los asistentes antes del magnicidio y que finalmente se aprobó.

   Hoy, señor escritor y perdóneme este paréntesis político en mi narración, a seis décadas del crimen, todavía las autoridades judiciales no han encontrado a los autores intelectuales que muchos intuyen y algunos textos de historia han señalado, pero seguimos pagando sus consecuencias. Tal y como Gaitán mismo lo vaticinó: transcurrirían 50 años de violencia si las oligarquías lo asesinaban. Y han transcurrido muchos más. Producto de la tozudez de la oligarquía que lo mandó a matar y de la que posteriormente ordeno la invasión aerotransportada de dieciséis mil hombres a Marquetalia, es esta etapa de violencia que no termina. Y le cuento algo más que el país no conoce, para que conste en la historia por si los historiadores no lo cuentan: Como consecuencia del asesinato del caudillo, uno de sus seguidores, el campesino liberal Pedro Antonio Marín, decidió enmontarse para luchar en contra de las dictaduras conservadoras y militar que se instalaron con violencia los años siguientes para impedir que el pueblo gaitanista vengara con la toma del poder la muerte del caudillo. Pero no todas las guerrillas de esos tiempos eran liberales, también las hubo con mandos comunistas. Pedro Antonio Marín se relacionó con una de ellas y terminó aceptando su estrategia y su política. Y organizó un caserío con sus hombres desmovilizados una vez finalizada la guerra  y allí comenzó a descuajar montes y a trabajar la tierra, a criar animales, luego de esconder las armas en la espesura de la montaña por si era necesario volver a empuñarlas. Como en efecto sucedió. El gobierno de los terratenientes, de los industriales y de los banqueros no podía tolerar que en un caserío colombiano mandara un comunista y decretaron, instigados por el partido conservador, el exterminio de ese pueblo y de sus gentes con un bombardeo que apenas mató los cerdos, las vacas, las gallinas y los asnos que los campesinos tenían en sus casas y parcelas. Si en lugar de enviarles al coronel Matallana con su ejército, le llevan a los guerrilleros convertidos en agricultores: la escuela, le construyen el carreteable, el puesto de salud y aceptan que el inspector de policía fuera uno de ellos y no un “godo” arbitrario y asesino, al cual hubieran tenido que matar, hoy Marquetalia fuera un próspero municipio, Pedro Antonio Marín fuera el alcalde más viejo del mundo y las FARC no hubieran existido.