lunes, 23 de noviembre de 2009

EL BOGA Y EL PAPA

Un día de abril de 1964 Montería amaneció con una escultura más. Una escultura que no había sido encargada ni por la Curia ni por el Gobierno local. Y que no tenía la firma de ninguno de los escultores famosos de Cartagena de Indias y de Bogotá, a quienes los voceros del Establecimiento les habían encomendado el busto del patricio conservador Miguel R. Méndez y la estatua del Papa Pío XII.

Ancho de espaldas, de facciones duras, estrecho de caderas, de piernas cortas y apenas cubierto en sus partes pudendas por el taparrabo usual de los canoeros, El Boga fue presentado como un homenaje artístico al pueblo trabajador que había contribuido con su sudor al engrandecimiento de toda la comarca. Su autor, el abogado, poeta, músico, actor, coreógrafo y escultor Guillermo Valencia Salgado, lo había vaciado en cemento en los patios del popular Tigre Pérez, un simpático empleado judicial quien tenía en su casa un taller artístico de fundición y que era amigo de aficiones culturales y de bohemias intelectuales del Compae Goyo.

El día de su inauguración en la avenida 20 de julio, a orillas del Río, estuvieron presentes casi todos los dirigentes del MRL y los profesores del Colegio Atenas. El docente de Historia Eduardo Pastrana fue el encargado de hacer el brindis. Con la parsimonia que le era característica alzó su copa de ron blanco, entrecerró los ojos y brindó porque con ese monumento se abrían las puertas del arte a las aspiraciones estéticas de los trabajadores, puertas que habían sido cerradas con la censura clerical y desmantelamiento de la parodia teatral Vivan los árboles, escrita y llevada a escena por él con los alumnos del colegio nacional José María Córdoba y en la que hacía una crítica al fanatismo y a la intolerancia reinantes en toda la provincia.

Los estudiantes del Atenas y del colegio nacional hacían de espectadores entusiastas y algunas –las quinceañeras-- sonreían con picardía cada vez que le miraban el bulto al boga y constataban que más que una fiel copia de le realidad parecía el deseo de su creador de convertirlo en paradigma de la felicidad. Otros, los aplicados discípulos del profesor de dibujo Antonio Martínez, criticaban las dimensiones descomedidas del tórax y de los hombros y la ostensible pequeñez de las extremidades inferiores.

El Boga duró setenta y dos horas en su base de concreto: una canoa truncada pegada en el centro de una alberca pequeña y rodeada de nenúfares y de algas. Un joven altanero, atrabiliario y fortachón pero de noble cuna, estimulado por el ron anisado que expendían en el cabaret El Palmar y por las palabras del cura Restrepo, dichas en la misa dominical en contra de la escultura (violación aberrante de la estética cristiana basada en el pudor), la destruyó a martillazos y para ello contó no solo con el silencio cómplice de los vigilantes sino de la prensa hablada, que se limitó a decir, al día siguiente, que un artista loco, émulo de Miguel Ángel, le había arrancado con un martillo de diez libras un pedazo a la rodilla, mientras le decía, en medio de su delirio: ¡Habla, corroncho de mierda, habla!.

El domingo siguiente, y en medio del estupor de las beatas de la primera misa, la estatua de mármol del Papa Pío XII amaneció sin la mano derecha. Así había sido decidido en una reunión realizada en el patio del Colegio Atenas el mismo día de la destrucción de El boga y a la cual asistieron los dirigentes más esclarecidos del MRL, los docentes del Colegio, dos o tres comunistas clandestinos y al menos un “maestro sublime” de la incipiente masonería pitagórica del Sinú, en una santa alianza que fue comparada por el padre Mercado con la figura del basilisco que usaba Laureano Gómez para asustar a los conservadores durante los años tenebrosos de la violencia. El visitador médico Maximiliano De la Hoz, famoso por su anticlericalismo, el profesor Nieto y el carpintero Uribe, fueron los encargados de ajustar la cabuya en la diestra de Eugenio Paccelli la noche del sacrilegio. El concejal dueño del jeep pisó el acelerador y la cabuya se puso tensa. Maximiliano le decía: ¡Acelera! ¡Acelera!... que no quede nada en pie de ese papa fascista, convencido de que los pobres de solemnidad anhelaban saborear el placer de la venganza por lo acontecido a la estatua de Valencia Salgado e irían a prorrogar las festividades del 20 de enero para explayar su alegría. El jeep aceleró y aceleró hasta que la mano cedió y la escultura de Su Santidad quedó manca, daño sacrílego que fue apañado por un tallista sacro de apellido Lombana, enviado por la Arquidiócesis de Cartagena de Indias.

Pero no hubo el jolgorio democrático que los catedráticos y amigos del Colegio Atenas deseaban y esperaban que se produjera. Pasó todo lo contrario. La Iglesia organizó una misa campal de desagravio a la que asistió casi toda la comunidad y en ella el señor obispo Pimiento excomulgó de forma innominada a los autores del sacrilegio, a quienes señaló como enemigos de Dios, de la Iglesia, de la Patria y de la civilización occidental. La estatua del Papa, una vez arreglada, fue cambiada de sitio y hoy se la puede admirar en el pórtico del palacio episcopal. El Boga, en cambio, fue arrinconado por decisión de su escultor en el cobertizo parrandero de la finca La nueva ola del abogado Rafael Espinosa, convertido en colgadero por su mucama. Y hoy, al cabo de tantos años, es apenas un pedazo de añoranza en el sentimiento de los intelectuales contestatarios de entonces.

domingo, 15 de noviembre de 2009

NOLI ME TANGERE

Esto que ahora es mar y una que otra torre que emerge de las aguas, ayer fue una gran ciudad llena de vida. Los hombres que ahora visitan sus ruinas, observan unas largas murallas de piedra con las que mis abuelos intentaron detener la furia de las olas.

--Vivían en la edad de piedra—dijo uno de los investigadores de esa costa sumergida.

--De la piedra pulida porque están tan bien hechas y puestas unas sobre otras que no hay ranuras entre ellas— apuntó el que tenía un pequeño instrumento de medición.

Estaban en la otrora costa de mis sueños, que había cambiado su perfil y su rostro. Todavía se veía fluir el fuego de la sierra y el desprendimiento de la tierra calcinada de las orillas, que caían ambos sobre las aguas hirvientes.

--La tragedia ocurrió hace pocos yins—dijo el que parecía comandar la expedición.

-- Pero no quedó vivo nadie para contar el cuento—agregó el tenedor del instrumento.

--Al parecer sus órganos eran de un tejido que no resistía las altas temperaturas –apuntó el más intrépido de los tres mientras agarraba un pedazo de lo que fue el vestido de teflón reforzado que me construí para evitar ilusamente la muerte.

Entonces empezaron a moverse hacia un camellón sembrado de estatuas pero antes se detuvieron en una torre pequeña en forma de aguja, edificada sobre una de las murallas y que guardaba en su pecho el recuerdo de un reloj que señalaba la hora del desastre.

Las estatuas fueron el centro de interés de los buceadores y hacia allí se dirigieron luego de grabar varias imágenes de la singular torre.

--Son personajes de su historia—dijo el comandante.

--Posiblemente una galería de gobernantes ilustres—agregó el del instrumento.

El más curioso se situó en las escalinatas de la estatua mayor hasta alcanzar la placa del grabado que la identificaba. Para hacerlo tuvo que pasar por encima de varios pedazos de antiguas naves de cabotaje que estaban regados sobre el piso.

--¡Noli me tangere! era su nombre –dijo a los demás que estaban expectantes.

--¿Noli me tangere?—preguntó el comandante--. ¿Sabes lo que significa?

..Sí –dijo el del instrumento--. Aquí dice que traduce “No me toques”. Y agrega que fue la frase con la que un tal Jesús detuvo a una de sus amigas que se disponía a abrazarlo.

--Es entonces una metáfora –dijo el comandante--. La pose del ángel parece decirle no me toques al demonio destructor que hemos perseguido por toda esta galaxia.

Noviembre de 2009.

amoravelez@yahoo.com
Celular: 317.374.1207
Montería, Córdoba

domingo, 1 de noviembre de 2009

EL BORRACHITO DE LA 36

Durante los primeros años de la década maravillosa, cuando apenas empezaba a vivir la vida por mi cuenta, trabajé en la radio como locutor. Hacía un programa de complacencias y gracias a las letras de los boleros de moda enamoré a una muchacha de amplias caderas y buenas piernas que tenía rostro y ojos orientales y una cabellera negra que le llegaba a la cintura. Se llamaba Elvira y me visitaba casi todas las noches en los estudios de la emisora, situados en el segundo piso del edificio Pupo. Allí esperaba a que terminara mi turno y luego de un rato de besos y amasijos que no pasaban a mayores, la acompañaba hasta su casa en la calle 40 y luego regresaba a la mía, cinco cuadras antes.

Una de esas noches pudo haber terminado en tragedia y hoy no les estaría contando el cuento. Ocurrió que en el pretil de un bar esquinero, frente a la plaza grande, dormía su borrachera uno de los tantos bohemios de la ciudad. Eran como las doce y cuarenta de la madrugada y apenas estaban despiertas las vendedoras de sopas de mondongo de la 36 con tercera, que se decía eran especiales para los amanecidos, y el portero de la pensión San José, pensión económica que servía de refugio a las parejas que salían de los bares vecinos, luego de una noche de aguardientes acompañados con las canciones románticas de Orlando Contreras y de Olimpo Cárdenas.

Elvira y yo avanzábamos tranquilos por la carrera cuarta y vimos al borrachito acostado en posición fetal y no le pusimos mayor interés porque estaba dormido. A esa altura del trayecto hablábamos sobre el retrazo menstrual que a ella le preocupaba. Yo le decía que había leído en la revista Luz que eso le ocurría con frecuencia a las mujeres y que no necesariamente era signo de embarazo, que para mayor seguridad tenía que hacerse la prueba del sapo. Además, le decía: “Chinita, nosotros no hacemos el acto sexual completo y la baba que me sale durante las sobadas no empreña”. Mi novia me decía que sí empreñaba y que ella quería ir donde un médico pero que no tenía dinero y que no podía pedírselo a su mamá. Yo le propuse entonces que fuéramos donde un farmaceuta amigo que no nos cobraba y estábamos en esa discusión cuando de pronto oímos y vimos que el borrachito, tal vez por la bulla de nuestras voces, se despertaba y apuntaba para todos lados con un revólver.

--¿Quién anda por ahí, ah?… ¿Quién me va a robar?

El portero de la pensión se metió corriendo por la puerta y yo le dije a Elvira –lo que nos salvó la vida—que no mirara hacia atrás y que siguiera caminando, normalmente, como si nada. Estábamos a cinco o seis metros del potencial homicida pero del otro lado de la calle, bordeando los límites de tierra de la plaza grande, la misma que había recibido la sangre de muchos manteros durante las tardes de corraleja.

--¿Y si nos dispara?- -me susurró Elvira y tuve que sujetarla por el brazo para evitar que corriera.

--Es más fácil que nos dispare si corremos –le contesté de igual modo--. Sigue así como vamos, que no nos va a pasar nada.

Y así fue. A los pocos pasos oímos refunfuñar al borrachito y quedarse callado, supongo hoy que guardó su revólver y se volvió a acostar sobre el pretil. Sentimos entonces que el silencio de la ciudad regresaba para acompañarnos por el resto de la caminata. Apenas si se escuchaba el murmullo del viento que mecía los tamarindos de los patios y a lo lejos el canto de una lechuza espantada que volaba en busca de otra premonición.

Cuatro cuadras más adelante dejé a mi novia en la puerta de su casa y regresé enseguida pero por la carrera quinta, del otro lado de la plaza, y no vi al personaje en la acera iluminada del bar. Vi al portero de la pensión que desde la calle me decía con los brazos: Se fue. Caminé una cuadra más, llegué a mi casa de madera y zinc, todavía sudando el frío de la impresión, empujé la puerta que mi mamá dejaba apenas ajustada, me tomé la limonada que estaba sobre la mesa y que ella me preparaba todas las noches, la escuché decirme: “Hijo, gracias a Dios llegaste…tuve un sueño feo y he estado rezando por ti” y me acosté con la idea de haber sido aplazado por la muerte esa madrugada monteriana de 1963.


Montería, febrero de 2009.