miércoles, 23 de marzo de 2016

LO QUE FALTA AL PROCESO DE PAZ.


LO QUE FALTA AL PROCESO DE PAZ

Por Antonio Mora Vélez*



   A diferencia de quienes creen que la paz se va a lograr con la firma de los acuerdos que se negocian en La Habana y de quienes creen que es, además, necesario construir un país con verdadera democracia y justicia social para refrendarla, yo creo que el pacto necesario para alcanzar la paz política inicial es el de cancelar de una vez por todas la estrategia de la “combinación de las formas de lucha” para alcanzar o para mantenerse en el poder.

  

   Esta estrategia de la combinación de las formas de lucha política, es bueno aclararlo, no es colombiana ni ha tenido origen en la historia contemporánea.  Casi se puede afirmar que ha sido utilizada por muchos partidos y gobiernos del mundo –de todas las tendencias y matices y en todas las épocas—para tratar de ganar o para defender el poder. En Colombia –para no ir muy lejos- la pusieron en práctica en el inmediato pasado  los liberales y los conservadores, durante los años aciagos de la violencia partidista. Los liberales apoyando a las guerrillas liberales después del asesinato de Gaitán, de una de las cuales surgió Pedro Antonio Marín, alias Tiro Fijo, el fundador de las FARC. Y los conservadores con su policía “chulavita” y sus llamados “pájaros” del Valle del Cauca. (1)



  

Antecedentes de esta política.



   Son muchos los ejemplos en la historia universal que se pueden contar sobre el tema. En la Edad Media eran frecuentes los asesinatos de los rivales políticos y la búsqueda del reconocimiento al triunfo así conseguido bien en el papado o en el trono imperial. Del rey merovingio francés Clodoveo (481-511) por ejemplo,  se dice que mandó matar a todos los príncipes vecinos que le pudieran disputar el trono –forma armada-, que se convirtió al cristianismo –forma de lucha ideológica-, y que se hizo reconocer rey por el Papa –forma de lucha política-.



   En la Italia del siglo XVI César Borgia se hizo famoso porque no desdeñó ninguna forma de lucha ilegal para alcanzar y mantenerse en el poder. “El engaño, el perjurio, la espada o el veneno eran sus métodos habituales”. De esta época es Maquiavelo, quien lo tomó como modelo para escribir su célebre libro El Príncipe, en el cual sostiene que el gobernante no debe vacilar en los medios –formas de lucha—para alcanzar los fines. En esta obra, que es lectura obligada en las escuelas de formación política de occidente,  se lee: “vencer por la fuerza o por el fraude, hacerse amar o temer de los habitantes, (hacerse) respetar y obedecer por los soldados, matar a los que puedan perjudicarlo, reemplazar con nuevas las leyes antiguas, ser severo y amable, magnánimo y liberal, disolver las milicias infieles, crear nuevas, conservar la amistad de reyes y príncipes de modo que lo favorezcan de buen grado o lo ataquen con recelos…”  conductas que Maquiavelo señala como propias del gobernante de su época (2).



   Unos siglos más tarde, el partido fascista de Mussolini combinaba la demagogia republicana y populista con la represión violenta contra los partidos y sindicatos de izquierda. Al tiempo que adelantaba una actividad legal en las instituciones democrático-burguesas, armaba  grupos de sus militantes para que cometieran asesinatos en contra de sus opositores revolucionarios y de quienes suponía los apoyaban. Una vez obtuvo el apoyo popular con planteamientos tales como la participación de los sindicatos en los beneficios de la empresa, las libertades de opinión, de asociación y de prensa, el respeto a la independencia de los demás pueblos y la organización cooperativa de la producción, no vaciló en renunciar a todos esos propósitos y adoptar los contrarios con tal de calmar a la burguesía y a los terratenientes, quienes se encontraban asustados por la inminencia de la revolución socialista. Una vez en el poder disolvió los sindicatos, las cooperativas, los partidos de izquierda, invadió otros pueblos e instauró una dictadora totalitaria que no permitía otra expresión diferente a la del Duce.



   Esos tres ejemplos nos sirven para afirmar que la combinación de las formas de lucha es una estrategia política usada hace muchos años por la nobleza feudal francesa del siglo VI y la burguesía italiana de los siglos XVI y XX con la misma finalidad de resolver sus conflictos en torno al poder. (3)



La formulación de Lenin.



   Vladimir Ilich Lenin, líder de la revolución socialista en Rusia, formuló una conocida teoría sobre las formas de lucha. Para él tales formas eran parte de la estrategia del partido bolchevique para alcanzar el poder. Dijo el estratega revolucionario ruso que el partido debía utilizar todas las formas de lucha de masas en consonancia con el momento histórico, según la coyuntura política, y que debía estar preparado para pasar de las formas de lucha legales a las ilegales, esto es, de la legalidad a la clandestinidad, cuando la situación política lo determine. No supuso que se pudieran combinar simultáneamente las formas de lucha legales con las ilegales, que un partido pudiera estar en la legalidad y en la clandestinidad al mismo tiempo. (4)



   Los comunistas colombianos, en su XV Congreso partidario, dijeron con la voz de su entonces Secretario General, Gilberto Vieira que “la lucha armada ha surgido en Colombia como respuesta a la política de sangre y fuego institucionalizada contra el pueblo oficialmente desde 1949. La combinación de las diversas formas de lucha la adoptaron las grandes masas populares para enfrentarse a la violencia oligárquica. Nuestro partido sintetizó teóricamente esta experiencia en relación con las peculiaridades de la situación nacional” (5). Y convirtió tal síntesis teórica en un “aporte del partido comunista colombiano al marxismo-leninismo y al movimiento comunista internacional” según expresó el citado dirigente en uno de los congresos realizados en Moscú por esos años. Por tales razones, no obstante la situación creada por el ataque del Ejército Nacional a Marquetalia en 1964 –que marca el inicio de la actual etapa del movimiento guerrillero en Colombia- decidieron continuar en la lucha legal participando en los procesos electorales y haciendo presencia en el sindicalismo y demás movimientos de masas. Esto es, a combinar en el mismo tiempo histórico, las formas legales y armadas de lucha, justificando el derecho de los campesinos de Marquetalia (casi todos militantes comunistas) a convertirse en guerrilleros con el argumento de defender sus vidas pero sin asumir la autoría del proceso como partido para evitar ser ilegalizados. Con el paso de los años y de la lucha, se produciría un distanciamiento entre el PCC y las FARC y éstas se verían obligadas a crear un partido comunista clandestino, el llamado PC3.  



LA OTRA COMBINACIÓN DE LAS FORMAS DE LUCHA.



   Frente a la escalada guerrillera y las varias derrotas militares de los años 90, lo que hacía presagiar la pérdida del poder, los sectores de extrema derecha de las clases dominantes y sus partidos decidieron hacer lo mismo que hizo Mussolini en Italia e hicieron los conservadores con su policía “chulavita” o con “los pájaros” en nuestro pasado; y crearon cuerpos armados con la misión de exterminar a los izquierdistas, a los sindicalistas rebeldes, y a todos los que siguieran parecidas posiciones subversivas en contra del gobierno y del sistema. Surgen las llamadas AUC y el paramilitarismo en general. Es borrado del mapa un partido político, la UP, con influencia comunista, al que le asesinan miles de sus militantes. La clase política es permeada por esta insurgencia armada de extrema-derecha y el narcotráfico termina por permearlas a ambas. Y los partidos tradicionales continúan haciendo elecciones pero en un medio cada vez más contaminado de corrupción, con una guerra que parecía no tener fin. Y el mundo se estremece con los informes que dan cuenta de la mayor represión sangrienta y el mayor desplazamiento de sus tierras a que ha sido sometido un pueblo en aparentes tiempos de normalidad política y de democracia.





EL GRAN LUNAR DE LAS DEMOCRACIAS.

  

   Esa estrategia de combinar la democracia y la represión criminal se origina en una razón de Estado que justifica todos los procedimientos, legales y no legales, para defender el poder. Norberto Bobbio la ha explicado magistral y certeramente: “todo poder –bajo cualquier forma, dice—es instrumento de opresión, de coacción, de dominio ciego y arbitrario (y) es, por definición, obtuso (enemigo de la inteligencia), inhumano (enemigo de la liberación del hombre), y despótico (enemigo de la libertad)” (6). Esa razón de estado en la que creen casi todos los dirigentes del mundo de todas las ideologías, justifica la razón política de apelar a la persecución, al crimen y al fraude cuando la democracia falla o no es suficiente, con tal de ganar o de mantener el poder. Y es el gran lunar de las democracias de todos los colores y tamaños, incluidas las llamadas “democracias populares” en las que –cuando de defender el poder se trataba- entraba en acción la “dictadura del proletariado”. Y explica la doble moral de quienes, como por ejemplo la burguesía venezolana, les exigieron a los revolucionarios dejar las armas y competir en el terreno electoral, cuando  intentaron tomarse el poder por ese medio, pero le organizan hoy golpes de estado, actos terroristas, asonadas, desabastecimiento de mercancías, con el fin de derrocarlos como hicieron sus congéneres con Allende. Y la conducta de quienes en Colombia decidieron que la Unión Patriótica no podía prosperar como movimiento político que surgía de una guerrilla que había decidido abandonar la lucha armada para incorporarse al debate democrático. Y optaron por eliminarla, con lo cual eliminaron de un tajo la posibilidad de un acuerdo de paz que nos hubiera evitado treinta años de guerra sangrienta. Y el aprovechamiento de esos 30 años en programas de desarrollo social en un país que carga la mala fama de tener una de las desigualdades sociales más grandes del planeta.  



EL GRAN INTERROGANTE.



   Después de lo anterior dicho, cabe preguntarnos: ¿puede estar seguro el país de que no se va a repetir con los líderes actuales de las FARC incorporados al debate político lo mismo que le ocurrió a los gaitanistas después del asesinato del caudillo liberal el 9 de abril de 1949, o a los comunistas durante las dictaduras de Ospina, Gómez y Rojas, o a los miles de militantes de la Unión Patriótica? ¿Que se va a respetar, como lo han hecho las burguesías y las fuerzas militares salvadoreñas, ecuatorianas, bolivianas, argentinas, uruguayas y brasileñas, un hipotético gobierno de izquierda? ¿O tan siquiera, senadores, representantes, diputados, concejales, gobernadores y alcaldes elegidos por esa vertiente política? De esta garantía y de que la firma del acuerdo de paz en La Habana concluya con reformas al Estado que hagan posible la convivencia democrática, depende la paz política en nuestro país. Si los llamados “enemigos agazapados de la paz” de que hablara el maestro Otto Morales Benítez insisten en su práctica criminal en contra de los dirigentes sindicales, populares y de izquierda, y se imponen a las corrientes pacifistas y reformistas que se mueven dentro del poder, la paz no va a ser posible por mucho que se firme el acuerdo de La Habana.



LA GRAN DECISIÓN.



   Por todo lo anterior estimo que el gran tema garante de un sostenible acuerdo de paz es la decisión de no volver a utilizar las armas en la lucha política. Si la soberanía reside en el pueblo según nuestra Constitución y estamos en una democracia, es el pueblo con su voto y no las armas, los que deben decidir el futuro del país. Lo cual significa en nuestro caso que deben desaparecer todos los grupos armados al margen de la ley, y no solo  los guerrilleros de las FARC sino los integrantes de las diferentes bandas criminales que aún delinquen en Colombia con la complicidad de algunas instituciones del Estado y de algunos políticos. Y reservar a las FFAA y de Policía el uso exclusivo de las armas pero para la defensa de la soberanía y para preservar el orden público. Y acompañar esa medida con la creación de una democracia más participativa y de un sistema electoral moderno que excluya la influencia degradante de los poderes económicos y de la corrupción. Con un régimen político que le dé plenas garantías a todos los partidos y movimientos, que respete el derecho a la protesta y a la manifestación pública pacíficas de todos los colombianos, que le devuelva al pueblo la gratuidad de los servicios de salud que le arrebató la Ley 100. Con una justicia libre de la influencia tendenciosa de politiqueros, gobernantes corruptos y  empresarios electorales. Y un Congreso sin tacha, con congresistas sin prontuario, para que la democracia liberal y la división tripartita del Poder sean una realidad y no la farsa que soportamos los colombianos.

  

  

   *Abogado, escritor y profesor de filosofía política.



      Obras consultadas:

    

(1)  Nueva Historia de Colombia, Editorial Planeta.

(2)  El Príncipe de Nicolás Maquiavelo,

(3)  Historia Universal de Jacques Pirenne.

(4)  La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo de Vladimir I. Lenin,

(5)  Combinación de todas las formas de lucha, Entrevista a Gilberto Vieira por Martha Harnecker. Ediciones Suramérica.

(6)  La duda y la elección de Norberto Bobbio. Editorial Paidós.



Marzo de 2016.