jueves, 6 de febrero de 2014

ANTONIO MORA VÉLEZ


 
Perfil

 
Abogado, docente y directivo universitario, columnista de prensa, poeta, cuentista, novelista y ensayista. Nació en Barranquilla el 14 de julio de 1942 pero vivió su niñez en Cartagena y Calamar y su adolescencia en Montería, ciudad a la que llegó a la temprana edad de 14 años y en la cual reside actualmente. Estudió la primaria en el Instituto Calamar, la secundaria en los colegios León XIII de Cartagena, Liceo Montería y nacional José María Córdoba de Montería, donde terminó su bachillerato y obtuvo el título por concurso de Mejor Bachiller de Córdoba en 1965. Estudió la carrera de abogado en la Universidad de Cartagena y por esos años, fue docente de Filosofía en el Instituto de Bachillerato de la Universidad Libre. Fue docente de Humanidades, Introducción a la Filosofía e Historia de la filosofía y directivo académico durante veinte años en la Universidad de Córdoba, donde ocupó los cargos de Decano de la Facultad de Educación, Secretario General y Jefe del Departamento de Humanidades y las representaciones ante el Consejo Superior de los profesores y de los decanos; y funcionario durante quince años de la Corporación Universitaria del Caribe de Sincelejo, institución de la cual es uno de sus fundadores y de la cual ha sido presidente de la Junta Directiva, Vicerrector de Bienestar, Secretario General y actualmente Coordinador del programa de Derecho en Montería. Ha sido igualmente cofundador de los grupos literarios: El Túnel –del cual fue su primer presidente--, Arte Sinú y El Bocachico Letrado; de la Unión Nacional de Escritores, del Parlamento de Escritores del Caribe Colombiano, del grupo vocal Amadeus y de la Logia Fraternidad de la Sierra Flor de Sincelejo. Es considerado uno de los precursores y un clásico de la ciencia-ficción colombiana. El escritor del género que más libros de ciencia-ficción ha publicado y que más veces ha sido Antologado internacionalmente.

Ha escrito los libros de cuentos Glitza (1979), El juicio de los dioses (1982), Lorna es una mujer (1986), Helados cibernéticos (2011) y La gordita del Tropicana (2012); los poemarios El fuego de los dioses (2001), Los caminantes del cielo (1999) y Los jinetes del recuerdo (2003); las novelas Los nuevos iniciados (2008) y A la hora de las golondrinas (2011), y los libros de ensayos y artículos: Ciencia-Ficción: el humanismo de hoy (1996) La estrategia de la solidaridad (2006) y Córdoba: 30 años de literatura (1992). Sus cuentos y poemas figuran en varias antologías nacionales y extranjeras, entre las cuales destacamos: Cuentos de El Túnel (1979), Antología del cuento caribeño (2003); Antología del cuento fantástico colombiano (2007), Primera antología de la Ciencia Ficción colombiana (2000), Joyas de la Ciencia Ficción  (La Habana, 1989), en la cual aparece el lado de Sturgeon, Asimov, Bradbury y Aldiss; Dimensión Latino-Antología latinoamericana de Ciencia Ficción (Paris, 2008), Sensibilidades (Madrid, España, 2002), Tricentenario (Buenos Aires, Argentina, 2012) Segunda antología del cuento corto colombiano (2007) y Antología del cuento en Córdoba (2007). Han sido publicados también sus cuentos y poemas, igual que varios de sus ensayos, en revistas web e impresas de varios países, entre las cuales señalamos: Café Berlín de Alemania, Rodelú de Suecia, Axxon y Quinta Dimensión de Argentina, Alfa Eridiani de España, Velero 25 y Ciencia Ficción Perú, de este país vecino; Plural y La ciencia y el hombre de Méjico, Letralia y Solaris de Venezuela, Escáner cultural de Chile, Club de Libros de Costa Rica, Bohemia de La Habana, Ave Viajera de Miami y Guaicán Literario de Cuba. En las revistas colombianas, impresas y digitales: Café Literario, Teorema, La casa de Asterión, Gato Encerrado, Punto Rojo, Arco, El Gran Semi de la U. Santiago de Cali, Sésamo, El Túnel, Letras Nacionales, Cronopios, Cosmocápsula, Mesosaurus, Revista Institucional de Cecar-Sincelejo, Luna y sol, Iuris de la Facultad de Derecho de Cecar, El Bocachico Letrado, Revista de la Universidad de Córdoba, y en otras más que sería largo enumerar. Su biografía y varios poemas suyos han sido incluidos en la Antología Mundial Poetas del Siglo XXI elaborada en España.   Dos cuentos suyos son modelos literarios en los textos escolares Español Dinámico de 9° grado (1992) y Globo Mágico 5 (1985). Son conocidos sus ensayos literarios: El mar en la ciencia-ficción, Fahrenheit 451: la novela de la libertad, 1984 y el poder despótico, La entropía y el hombre (sobre un cuento de Isaac Asimov), Ciencia-ficción: el humanismo de hoy, Daína Chaviano y el humanismo de la CF latinoamericana, que aparece en la página web de la conocida escritora cubana; Arthur Clarke: la odisea del hombre y El humanismo de la Ciencia-ficción; el ensayo filosófico La vida y el universo, y en el campo de la teoría política y la historia de las ideas: Pensamiento filosófico, político y social de Antonio María Zapata; El pensamiento de Simón Bolívar en la América de hoy, El socialismo de la revolución bolivariana y El escritor en la actual coyuntura política. Algunos de sus cuentos y ensayos han sido traducidos al inglés, al ruso, al hindi, al alemán, al francés y al italiano.

De su obra se han ocupado varios críticos y escritores colombianos: Jaime Mejía Duque, Isaías Peña, Otto Ricardo Torres, Carlos J. María, Germán Vargas, Fabio Jurado, Eduardo Pastrana Rodríguez, Joce Daniels, José Luis Hereyra, Javier Moscarella, Carlos Orlando Pardo, Orlando Mejía, Marco T. Aguilera G., Campo Ricardo Burgos, René Cueto, Néstor Solera, José Luis Garcés, Guillermo Tedio  y Oscar Díaz-Ortiz, entre otros; el último de los cuales, Phd y docente de la Universidad de Tennessee (USA) lo hizo en el libro Latin american Science Fiction writers editado en los Estados Unidos. En carta dirigida al autor de Glitza, el crítico Díaz-Ortíz le dijo: Este trabajo sobre su obra de ciencia ficción fue una inquietud que nació durante mis años de doctorado en Arizona State University hace como 14 años, y cuando surgió la propuesta de hacer un libro, lo propuse a usted como uno de los más importantes no sólo en Colombia sino en el continente”. Para Otto Ricardo el poemario Los caminantes del cielo es “más que aporte, fundación de la poesía esotérica no confesional en Colombia”. Sobre el mismo poemario, Orlando Mejía Rivera ha dicho que en él su autor, al “fusionar con el tema de la cosmología a tres disciplinas o áreas del conocimiento: la mitología, la ciencia-ficción y la ciencia…ha renovado la temática de la poesía colombiana”. El poeta, profesor, crítico y traductor José Luis Hereyra dice de los versos de estos poemas que “son rigurosos y deslumbrantes”. Para Fabio Jurado, con el libro Lorna es una mujer, la ciencia-ficción de Mora Vélez “por su depuración literaria…alcanza un nivel de competencia literaria encomiable”. Jaime Mejía Duque, por su parte, afirmó en los comienzos del trabajo literario del autor y en relación con su primer libro, Glitza, que “Los relatos de Mora Vélez son tan convincentes dentro del género, que bien pueden a justo título ser incluidos en el repertorio internacional de la literatura de ciencia-ficción”. Y no se equivocó. Eduardo Carletti señala en la nota de publicación en la revista argentina Axxon del poemario Los caminantes del cielo, veinte años después, lo siguiente: “No es común que un autor logre unir bien temas tecnológicos con lenguaje poético, como lo logra Mora Vélez en este trabajo”. El director de la revista Alfa Eridiani de España, José Joaquín Ramos, lo califica como “un maestro del género”. Y en LiterÁrea Fantástica también de Argentina, en el espacio Bio&Biblios, Mora Vélez aparece en la lista de escritores famosos de ciencia-ficción al lado de Bradbury, Asimov y otros grandes. Para corroborar lo anterior, figura en The Encyclopedia of Science-fiction de John Clute y Peter Nichols (Nueva York, 1995), la más afamada enciclopedia sobre la ciencia-ficción que se ha escrito hasta hoy. Por todo lo anterior, y en especial por sus publicaciones internacionales, el crítico peruano Carlos Zaldívar, no vacila en afirmar que Mora Vélez es “un verdadero clásico mundial de la ciencia ficción”.

Como columnista ha sido colaborador de las páginas editoriales y en los suplementos culturales de los periódicos Poder Costeño, El Espectador-Costa, El Tiempo-Caribe, El Universal de Cartagena, El Meridiano de Córdoba, El Meridiano de Sucre, El Sol, de Cartagena, El Heraldo de Barranquilla, El Magazín del Caribe de Bogotá, Vanguardia Liberal de Bucaramanga y el Nuevo Día de Ibagué. Varios de estos trabajos están recogidos en el libro La estrategia de la solidaridad, mencionado arriba. Mora Vélez fue también, en su juventud, locutor de radio en las emisoras Radio Cordobesa y La Voz de Montería de la cual fue su primer director artístico.  Y cantante aficionado en Cartagena y en la Montería de sus primeros años, cualidad que rescató el maestro Tiburcio Romero al integrarlo al grupo vocal Amadeus en 1986 y que aún exhibe en las tertulias de sus amigos más allegados.

Antonio Mora Vélez ha obtenido varios premios y distinciones por su obra literaria. Su novela Un juez llamado Sebastián Reyes –obra que recoge su experiencia como juez promiscuo municipal de Tierralta-- fue finalista en el concurso Plaza y Janés de  1991. Su cuento Error de apreciación ganó el primer concurso nacional de minicuentos que se hizo en Colombia, patrocinado por la revista Ekuóreo de Cali en 1982. Su cuento Glitza ganó el premio de marzo del concurso nacional de El Espectador de 1971, el año anterior El Magazín Dominical del citado diario lo había lanzado como narrador de ciencia-ficción publicándole cinco de sus primeros cuentos.  En Córdoba fue declarado como uno de los personajes del siglo XX por su contribución a la literatura (1999). Fue el poeta homenajeado en el 2001 del Encuentro de Poetas y Declamadores de Chinú, Córdoba. La institución  The International Writers and Artist Association con sede en Bluffton, Ohio, USA, le otorgó un pergamino por su contribución al humanismo desde la literatura. Con motivo de sus primeros 25 años de vida literaria, el Gobierno Departamental de Córdoba lo homenajeó con un decreto de honores y la Universidad de Córdoba con una placa de reconocimiento (1993).

Ha sido ponente en varios eventos literarios y académicos, entre los cuales señalamos los siguientes: El cuento de Ciencia-ficción, Coloquio sobre el cuento, Unión Nacional de Escritores, Bogotá, 1.983. Córdoba: 30 años de literatura, Feria Internacional del Libro, Bogotá, 1.992. La ciencia y la ciencia-ficción, Seminario Internacional sobre ciencia y literatura, Universidad de Córdoba, Montería, 1.993. Coloquio sobre la Ciencia-ficción con René Rebetez y Germán Espinosa, Bogotá, Feria Internacional del Libro, 1.997. Los intelectuales y el Poder, Primer Parlamento de Escritores del Caribe Colombiano, Cartagena, 2003. Honoris causa a David Sánchez Juliao, Universidad de Córdoba, Montería (2003). La Ciencia-ficción y el mar, Foro El mar en la literatura, Banco de la República, Santa Marta, 2006 y Pensamiento filosófico y político de Antonio María Zapata, Parlamento de Escritores del Caribe colombiano, Cartagena, julio de 2009. Se ha desempeñado como jurado de concursos nacionales e internacionales de literatura, entre los cuales mencionamos: Concurso de cuentos de la Universidad de Córdoba (1975) –a cuyos ganadores y finalistas convocó para conformar el grupo literario El Túnel--, Primer concurso de cuentos de El Túnel (1980), Concurso de ensayo Lotería de Bolívar (1985), Concurso de cuentos fantásticos Un país que sueña del IDU de Bogotá (1997), Concurso de mini ficciones de la Universidad de Córdoba (2009) y Concurso Internacional de cuentos de ciencia-ficción de la revista Axxon de Buenos Aires (2009).Ha concedido muchas entrevistas entre las cuales destacamos las concedidas a Campo R. Burgos para la Revista Quinta Dimensión de Argentina, al crítico barranquillero Edmundo Ramos para el Suplemento del Diario del Caribe, a Carlos Morón para la revista Calor, al gestor cultural Jorge Consuegra para su revista Libros y Letras; a Luis Cermeño y a Camilo Arias para la revista Axxon de Argentina, a Jaime Montoya Candamil para el libro inédito de Roberto Montes Mathieu sobre los grupos literarios en Colombia, a Carlos J. Marín y Ana Paola Martínez, para El Meridiano Cultural. A Ricardo Giorno para la revista argentina Axxon de Argentina y a Gustavo Consuegra para el blog Gente de Arte que edita en Helsinki.

Fue el primer presidente del Parlamento de Escritores del Caribe Colombiano (2003), institución de la cual sigue siendo uno de sus más destacados integrantes; es miembro de la Sala de Fundadores de la Corporación Universitaria del Caribe, director de su Revista Institucional-CECAR desde 1997 y de la revista El Bocachico Letrado, órgano de la tertulia literaria del mismo nombre recientemente organizada y de la cual es su fundador y coordinador. Es también miembro de la Academia de Historia de Córdoba.

Antonio Mora Vélez es casado con Idalia Ortiz, de cuya unión hay tres hijos: Antonio Carlos, Oscar Javier y Glitza Beatriz, de los cuales se siente orgulloso porque son lo que él hubiera querido ser: hombre de ciencia el primero, músico de academia el segundo y periodista profesional la tercera. A ellos les dedicó el poema A mis hijos, que pueden leer en http://amoravelez.blogspot.com/.

 
Nota: Este perfil figura en el libro "Once escritores cordobeses"  editado por la Gobernación de Córdoba en el 2011.
 

sábado, 14 de diciembre de 2013

PLANETA CONDENADO


La cercanía del fuego de tu estrella
no te arredra
Porque tienes el valor de tu substancia
Sabes que terminarás abrasado
Y convertido en espectro de colores vivos
Pero luchas y lanzas al viento fotones
Deslumbrantes que encienden la protesta
Que llevan el mensaje de tu suerte a
Otros planetas
Con la esperanza de que rescaten
Algunas llamaradas de tu angustia
Y escriban la epopeya de tus últimos días
y el epitafio de tu muerte.

Antonio Mora Vélez,
Montería, Colombia, 2013.

viernes, 8 de noviembre de 2013

TESIS DE GRADO



Por Antonio Mora Vélez

   La vieja Torre del Reloj conserva aún su altivez de reliquia consentida. El amplio Camellón de Los Mártires está plenamente cubierto de polvo añejo que apenas si se levanta con la suave brisa marina que se filtra por entre las ruinas de los alrededores. Los bustos de los héroes que murieron durante la gesta de la independencia han perdido la plenitud de sus formas, esquirlas de tiempo les han corroído  las siluetas, convirtiéndolos en masas de apariencia surrealista, mudos testigos de un pasado inexplicable pero vital.
   Desde lo alto de una pequeña colina, un joven astronauta filma el panorama. La cámara que acciona enfoca la orilla mediata del mar sobre un par de islas y capta las figuras escuetas de los viejos edificios, todos cubiertos de verdín y de malezas y sin la belleza arquitectónica de los tiempos en que los hombres transitaban por sus lados y entraban a sus locales y aposentos con seguridad.

   El joven astronauta rota un pequeño botón de su aparato rastreador del tiempo. Primero observa una calle larga atiborrada de gentes que se mueven raudas, con ansias y paquetes debajo de los brazos. Luego la interminable secuencia de los buses que recorren la ciudad de un extremo a otro. Y por la noche la algarabía de los fanáticos en un estadio de pelota, celebrando la jugada del infielder que cubre la tercera base.  O los espectadores en un cinema entregados a las caricias del amor, confeccionando como artesanos del oro la hermosa filigrana de la supervivencia.
    Pero al joven la interesa más el mar y lo contempla solo y melancólico, abandonando su orgullo sobre la arenilla de las costas solitarias.  Y lo mira en la pantalla del pasado, acompañado de sol y de radiantes mujeres al natural, brindándole al hombre no solo proteínas sino ilusiones. Y lo sigue en su aerogiro, siguiendo la ruta de las costas hacia el sur, hacia la desembocadura del río lleno de vida que hizo exclamar al Inca: “Pobrecito del Perú si se descubre el Sinú” y que ahora lucha por sobrevivir entre las arenas de un desierto en formación. Y más hacia el sur, hacia la vieja ciudad de sus ancestros y contempla de ella la famosa avenida primera, de la que solo quedaban pedazos de concreto sumergidos, apenas visibles en los estratos abiertos por la última creciente del río. 

   Con la emoción de quien encuentra parte de su origen, el joven, que ya ha descendido de su aerogiro, digita en la tabla de su aparato de rastreo del pasado y contempla extasiado un fandango frente a la vieja bonga de la calle 30 y a María Varilla danzando hasta el cansancio al compás de un enervante porro pelayero. Y en la terraza de una casa-quinta, sentados alrededor de una mesa, tomando té helado con limón, a los jóvenes del grupo literario que hizo historia con sus obras. A Leopoldo, a Gustavo, a Nelson, a Soad, a José Luis y a su tatarabuelo soñador de mundos diferentes.
   Eran los tiempos de la civilización terrestre en pleno desarrollo. El aire puro de las montañas derramaba generoso su aliento de vida sobre todos los seres. Todavía la asfixia por la escasez de oxígeno no había aparecido en el horizonte como la nube negra de presagios siniestros que sería más tarde. La fragancia de las flores y la caricia de la brisa vespertina no se habían convertido en nostalgia. La Tierra era vital, plena y hermosa.

   El joven investigador recordó entonces la vez que su abuelo le contó la historia del gran viaje que el creyó, por niño, un hermoso cuento de aventuras producto de la imaginación senil del narrador. Le dijo entonces: “Fueron como mil naves con cien hombres cada una escogidos entre los mejores para impedir que la llama de la vida inteligente se apagara en esta parte del cosmos. Las naves partieron un primero de mayo del año 2.124. Dos meses después comenzaron los trabajos en la inhóspita geografía venusina para tratar de reproducir el ambiente añorado de La Tierra, para convertir desiertos en bosques y abrirle cauces a las corrientes de agua”.
   Hoy, para rescatar ese fragmento de su historia y lograr ensamblar el recorrido de su raza, desde los primeros inmigrantes de Tau Ceti que llegaron a La Tierra y se desposaron con las hijas de los hombres del planeta, hasta la etapa actual de su asentamiento en Marte recobrado. Y para evitar que el olvido sepulte los rastros del ancestro, el joven de la cámara toma las vistas de la región. Lo golpea la nostalgia del terruño, saber que en todos esos lugares desolados, amaron y sufrieron, vivieron y murieron, sus antepasados. 

   Habla ahora en voz alta con la intención de grabar sus palabras en la cámara del tiempo.
   “En La Tierra no todo fue erróneo, absurdo y maléfico, también hubo naturaleza pródiga, amor y plenitud de ser. Si bien existieron estadistas que le rindieron culto al fuego de las armas en contra de la vida, también existieron poetas que le cantaron a las plantas y a la risa, al mar y al optimismo, al amor y a la solidaridad. Después de contemplar todo esto, estoy más convencido de la necesidad de revivir ese pasado en nuestras imágenes para aprender de sus experiencias. La vida no es una novela rosa, está hecha de rocío y de sudor, de estiércol y de pan, de cicatrices y de sueños. Los jóvenes antropólogos de Marte debemos fijar nuestros ojos en La Tierra. No podemos permitirnos el tremendo olvido de la amarga experiencia de La Atlántida que padecieron los terrícolas durante tanto tiempo. La gran odisea de las mil naves tiene que ser desmitificada y significar para nosotros algo más que una aventura de la especie humana en busca de nuevos horizontes”. 

   El joven astronauta guarda el pequeño micrófono en su faltriquera y deposita la cámara en el estuche integrado de su vestido espacial.  Ahora desciende lentamente sobre una sabana, frente a un golfo, en la que empieza a reverdecer la vida. Se posa sobre el césped de las ruinas de un antiguo parque, aspira el nuevo oxígeno de La Tierra y se queda mirando las nubes rojizas que tachonan el cielo, pensando en la aprobación de su tesis de grado.
   En Marte –entretanto- viven y festejan el sesquicentenario de la nueva morada.

1.982.

 

 

 

 

 

domingo, 3 de noviembre de 2013

LINA ES EL NOMBRE DEL AZAR (cuento)



Por Antonio Mora Vélez.

La leyenda de Lina Farah, queridos discípulos, se remonta a los años finales de la primera centuria del tercer milenio, justamente por los tiempos en que las llamadas grandes potencias de entonces firmaban el acuerdo de destrucción total de las armas biológicas y la epidemia del Némesis cobraba más de doscientos millones de vidas en todo el orbe.

Lina trabajaba como reportera en un diario vespertino de Bogotá y en las horas de la noche cursaba estudios de física en la Universidad Nacional. Era joven y hermosa. Una estudiante alegre y amiga de las cosas nuevas. Nada hacía pensar que se convertiría, poco después, en una celebridad por sus poderes paranormales. Como es dable suponer, hubo una primera manifestación de tales poderes de la que casi nadie se percató en su momento, salvo Lina, como es apenas natural. Ocurrió cuando ella cubría la información de la expedición Sayonara comandada por el piloto cosmonauta Yoshiro Takeba. Minutos antes de que sucediera el terrible accidente, Lina dejó escapar un grito desgarrador que los presentes pensaron era causado por el aspecto terrorífico del robot que prestaba el servicio de refrigerio en el cosmódromo de Wakkanai. Todos sonrieron y algunos rieron sin tapujos. Lina no. Ella quedó como paralizada, con la mirada fija en el cielo nipón. Y no tuvo que esperar mucho en esa actitud. A los pocos minutos la nave de Takeba se declaraba en emergencia y casi enseguida se convertía en una larga estela de fuego que se consumía en las aguas del mar de Ojotsk, ante la mirada atónita de millones de televidentes y el desespero de los científicos y técnicos de la Dirección Espacial del Sol Naciente.

Esa fue la primera señal conocida de lo que sería, con el correr del tiempo, el inusitado poder de Lina. Por esa época la telepatía había alcanzado grandes progresos y los neurofisiólogos continuaban trabajando con la hipótesis de la propagación de las ondas síquicas a través del espacio, movidos por la necesidad de encontrar medios de comunicación para el rescate de personas atrapadas o incomunicadas por derrumbes causados por los movimientos telúricos.

Lina culminó sus estudios de física y se casó con un joven investigador del subconsciente, a quien conoció durante las sesiones de sicoanálisis que su médico le había recomendado para que se acostumbrara a sus espontáneas revelaciones del pasado que tanto le perturbaban. Fijó su residencia en Montería, en cuya universidad logró vincularse como profesora. Durante algunos meses llevó una vida normal, sin los sobresaltos de esos trances que le hacían devolver en su conciencia las manecillas de la historia.

Un día de campo de diciembre en las hermosas praderas del Alto Sinú, Lina volvió a experimentar sus facultades de clarividente. Estaba recostada en un frondoso camajón en compañía de su hija cuando vio, del mismo modo que a Takeba en llamas, la imagen de una princesa zenú que corría tras un aborigen esbelto. Y vio también que la princesa se acostaba después en un espacio abierto sobre una inmensa piedra con forma de huevo y le hablaba a su acompañante de las titilantes luces del alba, allende el océano, que a su padre, el viejo cacique de la tribu, le habían parecido señales de mal agüero. Lina abrió los ojos y miró a su hija. La tomó entre sus brazos y llamó a su esposo, quien se encontraba cerca. Este le dijo, luego de escucharle el relato:

—Es un sueño. Un simple afloramiento de historias mezcladas...¡sosiégate!

Pero Lina sabía que no era así. La escena había ocurrido en ese mismo lugar, siglos atrás, y ella la había visto en todos sus detalles: el color de la tierra, el vestido de oro de la princesa, la comba del río a esa altura de su recorrido y sobre todo, el camajón frondoso de ese momento, que ya lo era en la época de la visión.

Después de ese trance, Lina viajó más a menudo por los caminos perdidos de la historia y cambió el modo de parecer a su marido. A instancia de los investigadores de la protohistoria viajó con su mente prodigiosa por el pasado remoto y descubrió que el templo de la ciudad de Dweenah, en las estribaciones meridionales del Himalaya, era una cosmonave petrificada y que los Dzopas, sus pequeños y casi translúcidos moradores, eran en verdad descendientes del cielo. Descubrió que las pirámides de Egipto fueron enclaves de una expedición extragaláctica que visitó la Tierra por los comienzos del neolítico y que los dogones del Africa no mintieron cuando dijeron a los antropólogos que ellos venían de Sirio y que ésta era una estrella doble con dos planetas habitados.

Hubo dudas respecto de la seriedad de las visiones de Lina. No faltaron quienes dijeran que se trataba de un montaje encaminado a reforzar las tesis de los partidarios de la historia fantástica. Por esto, los más destacados parapsicólogos de Ucrania se interesaron por ella. Sobra que les cuente que la invitaron al célebre centro de investigaciones paranormales de Kiev y que allí la sometieron a un delicado proceso de escarbamiento mental que tenía el objetivo de definir la fuente de sus asombrosos poderes síquicos.

Una mañana gélida de invierno, Lina fue sometida a la prueba definitiva con el S-Gadyvatel-10, máquina compleja de interpretación de los sueños que sumergía a los pacientes en las insondables aguas del pasado pero de un modo inducido, al margen de sus facultades. Se trataba de probar que las capacidades mentales de Lina tenían raíces orgánicas y que no había nada de sobrenatural en ellas. Lina parecía dormir y todos los científicos del Centro se mantenían en estado de alerta, pendientes de la pantalla del S-Gadyvatel en la que aparecerían las escenas del sueño.

El momento anhelado llegó pronto. La pantalla se iluminó y aparecieron en ella un extraño ser peludo que llegaba a la cima de una montaña con un ciervo a cuesta y una mujer prehistórica acompañada de dos críos que corrían a recibirlo. Los pequeños danzan alegremente alrededor del animal muerto dejado por el cazador encima de una roca. La mujer exclama unos fonemas incomprensibles, al parecer en alabanza al hombre por la proeza realizada. El ser peludo mira hacia el cielo y exclama: ¡Atlán! –las demás frases son intraducibles–. La mujer lo imita y de ese modo se confunden en el rito de la gratitud. Momentos después se concentran en el animal, lo descuartizan, lo asan y sacian el hambre.

El S-Gadyvatel hizo una pausa mientras las imágenes se perdían en un centenar de rayas horizontales. Todos creyeron que allí terminaba la sesión, pero no fue así.

—Los seres de la montaña atraviesan la pradera de los cactus y llegan al río que baña sus barbechos. En la pantalla aparece por vez primera el arado y el amarillo del maíz sembrado. Pero ya no son cuatro sino centenares y no le rezan a Atlán sino a Quetzalcoátl —dice la voz que explica las imágenes. Los investigadores de Kiev no se asombraron. Tampoco quedaron convencidos del todo porque nada de lo mostrado por el aparato era nuevo. Para una mujer culta era relativamente fácil soñar con esos datos del pasado y agregarle la fantasía implícita en todo ejercicio onírico.

Después de ese experimento, Lina regresó a Sudamérica y se incorporó como docente en la Universidad de Córdoba. Aún sin develar el misterio, Lina encontraba, y cada vez con mayor frecuencia, la explicación de muchos secretos de la antigüedad. Por su memoria prodigiosa desfilaron los dioses de la mitología sumeria tal y como fueron presentados por Beroso; las ruinas de Bimini sobre la superficie costera de la Atlántida; el observatorio astronómico de Stonehenge; las esculturas de Pascua dedicadas a perpetuar la presencia de los expedicionarios de Tau Ceti; el tridente dejado accidentalmente por el comandante de la citada expedición en la bahía de Paracas; los mapas Aero fotográficos de Piri Reiss que mostraban la Antártida sin hielos, y muchas otras huellas de esa edad presuntamente primitiva no suficientemente investigada y todavía envuelta en las brumas de la especulación.

Una tarde de campo en las cuevas de Palmira, cerca de Tierralta, Lina quiso contemplar los pictogramas encontrados en ellas por los arqueólogos de la universidad. Durante mucho tiempo se creyó que estas cuevas ocupadas por murciélagos tenían como único atractivo las estalactitas de su bóveda oscura. Por eso Lina se interesó en las paredes de las citadas cuevas...

—¡Lo tengo! —dijo después de contemplar un centenar de dibujos curiosamente parecidos a los de los indios Hopi del occidente norteamericano. Su marido, quien estaba a su lado, pensó que se trataba del desciframiento de los pictogramas y pensó en Lina informando a la comunidad científica que los mayas habían llegado hasta Momil en el Sinú y que desde allí se habían dispersado por toda la geografía suramericana. Pero no. No era eso lo que quería decir Lina, quien por esta vez no entró en trance alguno. Su certeza provenía, al parecer, de un simple golpe de lucidez, de una de esas raras percepciones repentinas que muestran en un instante todo un resultado buscado por años, como si hubiera estado allí en el cerebro pero separado por piezas. Lina le dijo a su marido, todavía con el jadeo de la excitación, que su caso tenía una interpretación que rebasaba los horizontes de las ciencias contemporáneas, y que había llegado a ella después de analizar las extrañas figuras, una de las cuales semejaba la estructura de un fósil molecular. Sostuvo entonces que en su cerebro, por la acción de algún neurotransmisor arcaico, se producía la sintonización del pasado. Dijo también que sus adenones nerviosos podían haber repetido al azar toda la arquitectura molecular del sistema cortical de algún científico del siglo XX, lo cual originaba el efecto de captación de los episodios remotos, a la manera de un receptor de frecuencia orgánica.

Como les dije al inicio de la clase, Lina Farah vivió a finales del primer siglo del tercer milenio y es hoy una hermosa leyenda conservada por nuestros archivadores Omega. Todavía no se descubre la forma de repetir, aminoácido por aminoácido, el edificio natural del ser vivo; ni tampoco la utilización de las moléculas fósiles en el estímulo de la memoria histórica de la especie. Pero las leyendas estimulan no solo las fantasías sino las ciencias. ¿Quién puede decir que en el futuro no podamos descubrir los verdaderos orígenes de la razón en La Tierra con métodos semejantes?

1987

 

martes, 25 de junio de 2013

FRAGMENTO DE MI NOVELA AUTOBIOGRÁFICA.


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   En esa casa del tío-abuelo vi –cuando apenas empezaba a tener conciencia de la vida- la turba de hombres y mujeres del pueblo que se dirigían armados de palos y machetes hacia el Paseo de Los Mártires para vengar la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. Me contó Luz Elena, mi madre, que ese día escuchó a un señor de apellido Blanco arengar desde la esquina por un altavoz a las montoneras para que no dejaran intacta ninguna tienda o negocio de la oligarquía y que empezó a temer por la tienda y por la piladora de maíz del tío-abuelo Luis Vega.  

   Y que aparte de que a los gaitanistas de Cartagena: a Jorge Artel, a Braulio Henao Blanco y a Ramón León y B, los pusieron presos en la Base Naval, que luego de ser liberados, el primero se tuvo que ir al exilio para salvar su vida y que al segundo lo mató días después un policía de apellido Quiroz y que una turba conservadora destruyó los estudios de la emisora en donde se transmitía el radio periódico Síntesis, de Víctor Nieto, señalado como afín al líder inmolado, aparte de eso no pasó nada en la ciudad ni tuvimos que lamentar tragedia alguna en la familia. Tal vez lo único que enturbió la tranquilidad solariega de los Vega fue la agresión verbal primero, y con un cuchillo después, de la señora Rosa Baldiris a mi tío Agustín, en respuesta a las palabras de éste dichas con infinito desprecio: “A ese negro había que matarlo porque si no perdíamos el poder”;  agresión que obligó a mi tío a echarla de su casa. Muchos lustros después, siendo estudiante de Derecho en la Universidad de Cartagena, me enteraría que la pobre señora  Baldiris se encontraba muerta en la morgue del Hospital Santa Clara a la  espera de un familiar o conocido que la reclamara, familiar que nunca llegó; y no pude menos que lamentar, no obstante la enemistad de ella con mi madre, ese doloroso fin de una mujer del pueblo que vivió arrimada en la casa de mi tío Agustín, bajo la protección de su amiga Angustia, y que defendió unas ideas que yo no entendía a esa edad pero que con el correr del tiempo sabría valorar en su justa dimensión, cuando comprendí con  mi experiencia lectora y mi militancia juvenil revolucionaria, que Gaitán no era marxista ni simpatizante del comunismo. Pero que sí era un político reformista, un liberal de tendencias socialdemócratas, honestamente comprometido con las ilusiones de redención social de un pueblo que padecía los horrores de la explotación y de la guerra. Su ideario así lo decía claramente. Él  pensaba en repartir mejor la riqueza nacional para permitirles a los pobres tener su parte y  tenerlos en cuenta también a la hora de las grandes decisiones del Estado. Nunca propuso la abolición de la propiedad privada ni la dictadura de una clase o de un partido. Abogó por la “restauración moral de la República” en contra de “los mismos con las mismas”, los oligarcas de ambos partidos que empezaban a manchar la dignidad de Colombia con actos de corrupción y violencia, y llamó a la unidad del pueblo diciéndole que “el hambre no era liberal ni conservadora”. Aspiraba a forjar un partido liberal con ideas de transformación social encaminadas a poner a Colombia a tono con los cambios que se habían producido en el capitalismo de Europa, los cuales condujeron a varios de sus países a los niveles de desarrollo y justicia social que hoy tienen. A nada más aspiraba el caudillo. De haberlo logrado como presidente hubiera reducido la miseria, las desigualdades, la corrupción, la intolerancia política y hubiera iniciado el proceso de construcción de un país con justicia social, más democracia y sin violencia. Y tal vez hoy no tuviéramos un 80% de colombianos en la pobreza y no hubiéramos tenido guerrillas, ni parapolítica ni paramilitarismo. Y entendí también, gracias a mis lecturas, que no fue asesinado sólo por Roa Sierra ni por el comunismo internacional, sindicado por el presidente Ospina Pérez y la prensa conservadora de entonces para desviar la atención. Fue asesinado por quienes temían un ascenso del pueblo al poder de la mano suya y del partido liberal del cual se había apoderado con su verbo y su carisma. Y por la CIA, interesada en crear las condiciones para que en la conferencia Panamericana que se realizaba en Bogotá se aprobara la declaración anticomunista que proponía el delegado de los EEUU y que no contaba con el apoyo mayoritario de los asistentes antes del magnicidio y que finalmente se aprobó.

   Hoy, señor escritor y perdóneme este paréntesis político en mi narración, a seis décadas del crimen, todavía las autoridades judiciales no han encontrado a los autores intelectuales que muchos intuyen y algunos textos de historia han señalado, pero seguimos pagando sus consecuencias. Tal y como Gaitán mismo lo vaticinó: transcurrirían 50 años de violencia si las oligarquías lo asesinaban. Y han transcurrido muchos más. Producto de la tozudez de la oligarquía que lo mandó a matar y de la que posteriormente ordeno la invasión aerotransportada de dieciséis mil hombres a Marquetalia, es esta etapa de violencia que no termina. Y le cuento algo más que el país no conoce, para que conste en la historia por si los historiadores no lo cuentan: Como consecuencia del asesinato del caudillo, uno de sus seguidores, el campesino liberal Pedro Antonio Marín, decidió enmontarse para luchar en contra de las dictaduras conservadoras y militar que se instalaron con violencia los años siguientes para impedir que el pueblo gaitanista vengara con la toma del poder la muerte del caudillo. Pero no todas las guerrillas de esos tiempos eran liberales, también las hubo con mandos comunistas. Pedro Antonio Marín se relacionó con una de ellas y terminó aceptando su estrategia y su política. Y organizó un caserío con sus hombres desmovilizados una vez finalizada la guerra  y allí comenzó a descuajar montes y a trabajar la tierra, a criar animales, luego de esconder las armas en la espesura de la montaña por si era necesario volver a empuñarlas. Como en efecto sucedió. El gobierno de los terratenientes, de los industriales y de los banqueros no podía tolerar que en un caserío colombiano mandara un comunista y decretaron, instigados por el partido conservador, el exterminio de ese pueblo y de sus gentes con un bombardeo que apenas mató los cerdos, las vacas, las gallinas y los asnos que los campesinos tenían en sus casas y parcelas. Si en lugar de enviarles al coronel Matallana con su ejército, le llevan a los guerrilleros convertidos en agricultores: la escuela, le construyen el carreteable, el puesto de salud y aceptan que el inspector de policía fuera uno de ellos y no un “godo” arbitrario y asesino, al cual hubieran tenido que matar, hoy Marquetalia fuera un próspero municipio, Pedro Antonio Marín fuera el alcalde más viejo del mundo y las FARC no hubieran existido.     

martes, 4 de diciembre de 2012

QUARK
Por Antonio Mora Vélez.

Escondido en las estructuras
del asombro,
eres y no eres
en el todo que construyes.
El Fuego te esclavizó
en el estallido primigenio
y hoy no te deja viajar
libremente
por las praderas de la Luz.
Así de sometido,
sueñas con tu hogar
--fuera del tiempo--
y te ves radiante
y pleno de entidad
y te consuela pensar
que el Cosmos dejará
algún día de estirarse
y que la fragua creadora
de estos sueños
te transportará a tu vieja morada
--la de tus pares—
a disfrutar eternamente
de las mieses del Espíritu.
Noviembre 17 de 2005.

viernes, 23 de noviembre de 2012

CUENTO MÍO DE CF POCO CONOCIDO


LOS OTROS*

 

Habían transcurrido diez años convencionales desde que los tripulantes de la Antar II iniciaron la búsqueda de la enigmática fuente de energía que por años venía enviando, con destino a nuestra galaxia, una señal arrítmica, periódica y constante. Fueron diez años durante los cuales Karlem, la única mujer de la expedición, no cesó un instante de pensar en la despedida, en las cosas hermosas que quedaron en La Tierra, en las voces entrañables que le dijeron: “¡Karlem, enhorabuena! Eres la primera mujer en viaje por los espacios intergalácticos, que es tanto como decir, en viaje hacia el infinito”.  Se preguntaba una y mil veces. “¿Qué objeto tiene entregar el resto de una vida?”. Pero se reconfortaba con la esperanza de conocer a los autores del incesante llamado. Además, en más de una ocasión había soñado con la existencia de una civilización más avanzada que la nuestra. Le parecía que el hombre terrestre, a pesar de su innegable progreso, no había alcanzado su total perfeccionamiento. Aún existían el odio, la envidia y el egoísmo, no obstante la alta tecnología productiva y la educación dirigida. Consideraba que el Hombre integral sólo puede albergar en las interioridades de su cerebro, amor, pero amor en la más amplia significación del término. Y estaba convencida de que ese hombre perfecto debía existir en algún lugar del universo.

La Tierra, en cambio, había envejecido muchos siglos después de la época en que los astrofísicos y radio astrónomos del Centro Gagarin, con fundamento en la tesis que sostiene que en la naturaleza no se dan radioemisiones  de carácter periódico, llegaron a la conclusión de que dichas emisiones tenían que provenir de alguna inteligencia del cosmos y además extraordinaria porque las ondas del mensaje debieron partir cuando todavía no habían hecho su aparición sobre nuestra superficie los primeros seres vivos y apenas si terminaban de conformarse las primeras proteínas. Una estrella de la clase U, ubicada en el plano medio ecuatorial de la galaxia IC-9801 del cúmulo de Boyero, a tres  millones de años luz, fue señalado  como el lugar del cual partieron las poderosas ondas de radio captadas en La Luna. Y hacia ese lugar del cosmos indicaban el rumbo las coordenadas de vuelo de la Antar II.

Por lo anterior, Karlem, la valerosa ingeniero responsable de las comunicaciones, no logró resistir el incontrolable deseo de conocer lo que está más allá de las estrellas, y pudo armarse del valor suficiente para aceptar hacer parte de una expedición incierta que quizás nunca llegue a su destino ni logre regresar a su lugar de origen. Encerrada como estaba en sus pensamientos, no escuchó la orden dada por el comandante Rob para que la tercera unidad de energía fuera activada y la nave lograra la octava velocidad cósmica. Un breve titubeo y la astronave brilló, con el fulgor de un sol, para anunciarle al espacio ilimitado que los hombres de La Tierra se disponían a ingresar en sus misteriosos laberintos en busca de nuevas realidades. La pantalla ovoidal se vio de pronto llena de figuras fugaces, de líneas multicrómicas que semejaban un filme interminable y de indescifrables puntos brillantes que se agigantaba para perderse luego. Habían logrado la aceleración y velocidad necesarias para superar la atracción del campo gravitacional galáctico. Atrás quedaba, como dormida en una alfombra oscura, la Vía Láctea, nuestra ya pequeña morada.

Rob cumplía su quinta misión en el espacio. Pero ésta era para él la más importante. No sólo porque era la primera incursión extra galáctica del ser humano sino porque con ella se le presentaba la oportunidad de demostrar su teoría de la Relatividad Simétrica de la Materia que expuso en la Academia de Ciencias cuando resolvió conseguir el grado en astrofísica. Por su mente aún desfilaban los rostros sardónicamente sonrientes de los examinadores y en especial el de Lon Vert, quien le interrogó entonces: “¿Acaso es posible que en nuestro planeta nazcan de padre y madre diferentes, dos hijos exactamente iguales?”; para demostrarle que la simetría de la Materia no podía llegar a los extremos por él pretendidos.

Varios años terrestres después, una estela de luz con la intensidad de una supernova, iluminó las aerodinámicas líneas de la cosmonave. Su luminosidad creciente duró pocos segundos, los suficientes para que el ojo avizor del piloto electrónico dispusiera la apertura de las cabinas de hibernación en las que los valientes astronautas acortaban el tiempo para matar la monotonía y posibilitar el éxito de la empresa. Rob miró la pantalla de controles y observó que quedaban en ella huellas del extraño fenómeno, fragmentos titilantes de color plata se refractaban en la cúpula de vitrilo formando una hermosa acuarela cristalina que lo transportó imaginariamente a un mundo de fantasías. “¡Marcha atrás!”, ordenó, no sin antes solicitar los cálculos a los ingenieros de vuelo. “Solo una cosmonave es capaz de dejar rastros como éstos”, agregó.

Estaban justamente en el lugar llamado de las carrozas de fuego, casi en la mitad del viaje. La operación de frenada para constatar la naturaleza del objeto estelar visto demoró algunas horas terrestres y la Antar II tuvo que regresar y adelantar dos veces antes de quedar frente a frente con el misterioso objeto del cosmos, que ahora se mostraba imponente como lo que en verdad era: una nave colosal que tenía la figura de una golondrina en pleno vuelo. Dos extensos alerones que terminaban hacia atrás en punta contrastaban con sus cuatro reactores en forma de delta. Su cabina se alargaba como un hilillo de plata hasta confundirse con las tinieblas del espacio.

Segundos de contemplación más tarde, una lucecilla de color violeta apareció en las láminas inferiores del cuerpo central y se fue ampliando hasta transformarse en una pequeña plataforma recubierta por un cono de material trasparente. “No cabe duda, vienen preparados para mostrarse ante nosotros” dijo Rob. Y tuvo que criticar la imprevisión de los ingenieros constructores de la nave terrícola porque no había en ella mecanismo alguno para mostrarse a otros seres del cosmos en las afueras del espacio y era imposible todo intento de transbordo sin poner en riesgo la vida de la tripulación.

El momento esperado por siglos se producía. Y fue entonces cuando Karlem dio rienda suelta a su fantasía recordando la ley de la complejidad estética de la materia recientemente formulada. “Los habitantes de una civilización extraterrestre con millones de años de existencia, tienen que ser anatómicamente perfectos, hermosos, y espiritualmente pletóricos de amor y de optimismo en las infinitas capacidades de la inteligencia. Igual que en los cristales, la materia viva en su desarrollo ascensional adopta una organización mucho más armónica y perfecta, en proporción al tiempo de evolución”. Rob, por su parte, no pudo evitar pensar en ese instante, en las interminables sesiones de la Academia y en la frase final de su discurso: “La simetría es una propiedad universal de la materia que no admite excepciones. En algún lugar del cosmos debe existir una galaxia o un sistema estelar o un planeta parecidos a los nuestros pero de signo contrario”. Tampoco pudo evitar pensar en la imposibilidad de comunicar a sus descendientes de La Tierra el gran encuentro, en Varna su esposa resignada quien le dijo al partir: “Rob yo sé que tú algún día, cuando de mí no quede sino el recuerdo, allá en el infinito, podrás gritar que tenías la razón”. Y pensó también en los años de viaje que todavía faltaban, en la cara huesuda de Lon, en los ojos anhelantes de Karlem, en tantas y tantas cosas, que no observó dos figuras esbeltas, desnudas, que aparecieron en actitud de danza y modelaje sobre la plataforma de cristal de la astronave amiga, ni escuchó la exclamación de asombro de Karlem al mirarlas: “¡Pero si somos nosotros!”.

Montería, 1972.

*Hace parte de mi primer libro de cuentos de CF titulado Glitza (1979) y fue publicado inicialmnte en el Magazín Dominical de El Espectador en ese año de 1972.