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En esa casa del tío-abuelo vi –cuando apenas
empezaba a tener conciencia de la vida- la turba de hombres y mujeres del
pueblo que se dirigían armados de palos y machetes hacia el Paseo de Los
Mártires para vengar la muerte del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán. Me contó
Luz Elena, mi madre, que ese día escuchó a un señor de apellido Blanco arengar
desde la esquina por un altavoz a las montoneras para que no dejaran intacta
ninguna tienda o negocio de la oligarquía y que empezó a temer por la tienda y
por la piladora de maíz del tío-abuelo Luis Vega.
Y que aparte de que a los gaitanistas de Cartagena: a Jorge Artel, a
Braulio Henao Blanco y a Ramón León y B, los pusieron presos en la Base Naval,
que luego de ser liberados, el primero se tuvo que ir al exilio para salvar su
vida y que al segundo lo mató días después un policía de apellido Quiroz y que
una turba conservadora destruyó los estudios de la emisora en donde se
transmitía el radio periódico Síntesis, de Víctor Nieto, señalado como afín al
líder inmolado, aparte de eso no pasó nada en la ciudad ni tuvimos que lamentar
tragedia alguna en la familia. Tal vez lo único que enturbió la tranquilidad
solariega de los Vega fue la agresión verbal primero, y con un cuchillo después,
de la señora Rosa Baldiris a mi tío Agustín, en respuesta a las palabras de
éste dichas con infinito desprecio: “A ese negro había que matarlo porque si no
perdíamos el poder”; agresión que obligó
a mi tío a echarla de su casa. Muchos lustros después, siendo estudiante de
Derecho en la Universidad de Cartagena, me enteraría que la pobre señora Baldiris se encontraba muerta en la morgue del
Hospital Santa Clara a la espera de un
familiar o conocido que la reclamara, familiar que nunca llegó; y no pude menos
que lamentar, no obstante la enemistad de ella con mi madre, ese doloroso fin
de una mujer del pueblo que vivió arrimada en la casa de mi tío Agustín, bajo la
protección de su amiga Angustia, y que defendió unas ideas que yo no entendía a
esa edad pero que con el correr del tiempo sabría valorar en su justa dimensión,
cuando comprendí con mi experiencia
lectora y mi militancia juvenil revolucionaria, que Gaitán no era marxista ni simpatizante del comunismo.
Pero que sí era un político reformista, un liberal de tendencias
socialdemócratas, honestamente comprometido con las ilusiones de redención
social de un pueblo que padecía los horrores de la explotación y de la guerra.
Su ideario así lo decía claramente. Él
pensaba en repartir mejor la riqueza nacional para permitirles a los
pobres tener su parte y tenerlos en
cuenta también a la hora de las grandes decisiones del Estado. Nunca propuso la
abolición de la propiedad privada ni la dictadura de una clase o de un partido.
Abogó por la “restauración moral de la República” en contra de “los mismos con
las mismas”, los oligarcas de ambos partidos que empezaban a manchar la
dignidad de Colombia con actos de corrupción y violencia, y llamó a la unidad
del pueblo diciéndole que “el hambre no era liberal ni conservadora”. Aspiraba
a forjar un partido liberal con ideas de transformación social encaminadas a
poner a Colombia a tono con los cambios que se habían producido en el capitalismo
de Europa, los cuales condujeron a varios de sus países a los niveles de
desarrollo y justicia social que hoy tienen. A nada más aspiraba el caudillo.
De haberlo logrado como presidente hubiera reducido la miseria, las
desigualdades, la corrupción, la intolerancia política y hubiera iniciado el
proceso de construcción de un país con justicia social, más democracia y sin
violencia. Y tal vez hoy no tuviéramos un 80% de colombianos en la pobreza y no
hubiéramos tenido guerrillas, ni parapolítica ni paramilitarismo. Y entendí
también, gracias a mis lecturas, que no fue asesinado sólo por Roa Sierra ni
por el comunismo internacional, sindicado por el presidente Ospina Pérez y la
prensa conservadora de entonces para desviar la atención. Fue asesinado por
quienes temían un ascenso del pueblo al poder de la mano suya y del partido
liberal del cual se había apoderado con su verbo y su carisma. Y por la CIA,
interesada en crear las condiciones para que en la conferencia Panamericana que
se realizaba en Bogotá se aprobara la declaración anticomunista que proponía el
delegado de los EEUU y que no contaba con el apoyo mayoritario de los
asistentes antes del magnicidio y que finalmente se aprobó.
Hoy, señor escritor y
perdóneme este paréntesis político en mi narración, a seis décadas del crimen,
todavía las autoridades judiciales no han encontrado a los autores
intelectuales que muchos intuyen y algunos textos de historia han señalado, pero
seguimos pagando sus consecuencias. Tal y como Gaitán mismo lo vaticinó:
transcurrirían 50 años de violencia si las oligarquías lo asesinaban. Y han transcurrido
muchos más. Producto de la tozudez de la oligarquía que lo mandó a matar y de
la que posteriormente ordeno la invasión aerotransportada de dieciséis mil
hombres a Marquetalia, es esta etapa de violencia que no termina. Y le cuento algo
más que el país no conoce, para que conste en la historia por si los historiadores
no lo cuentan: Como consecuencia del asesinato del caudillo, uno de sus
seguidores, el campesino liberal Pedro Antonio Marín, decidió enmontarse para
luchar en contra de las dictaduras conservadoras y militar que se instalaron
con violencia los años siguientes para impedir que el pueblo gaitanista vengara
con la toma del poder la muerte del caudillo. Pero no todas las guerrillas de
esos tiempos eran liberales, también las hubo con mandos comunistas. Pedro
Antonio Marín se relacionó con una de ellas y terminó aceptando su estrategia y
su política. Y organizó un caserío con sus hombres desmovilizados una vez finalizada
la guerra y allí comenzó a descuajar
montes y a trabajar la tierra, a criar animales, luego de esconder las armas en
la espesura de la montaña por si era necesario volver a empuñarlas. Como en efecto sucedió. El
gobierno de los terratenientes, de los industriales y de los banqueros no podía
tolerar que en un caserío colombiano mandara un comunista y decretaron,
instigados por el partido conservador, el exterminio de ese pueblo y de sus
gentes con un bombardeo que apenas mató los cerdos, las vacas, las gallinas y
los asnos que los campesinos tenían en sus casas y parcelas. Si en lugar de
enviarles al coronel Matallana con su ejército, le llevan a los guerrilleros
convertidos en agricultores: la escuela, le construyen el carreteable, el
puesto de salud y aceptan que el inspector de policía fuera uno de ellos y no
un “godo” arbitrario y asesino, al cual hubieran tenido que matar, hoy Marquetalia
fuera un próspero municipio, Pedro Antonio Marín fuera el alcalde más viejo del
mundo y las FARC no hubieran existido.
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