LO QUE FALTA AL PROCESO DE PAZ
Por Antonio Mora Vélez*
A diferencia de quienes creen
que la paz se va a lograr con la firma de los acuerdos que se negocian en La
Habana y de quienes creen que es, además, necesario construir un país con verdadera
democracia y justicia social para refrendarla, yo creo que el pacto necesario para
alcanzar la paz política inicial es el de cancelar de una vez por todas la
estrategia de la “combinación de las formas de lucha” para alcanzar o para
mantenerse en el poder.
Esta estrategia de la combinación de las formas de lucha política, es
bueno aclararlo, no es colombiana ni ha tenido origen en la historia
contemporánea. Casi se puede afirmar que
ha sido utilizada por muchos partidos y gobiernos del mundo –de todas las
tendencias y matices y en todas las épocas—para tratar de ganar o para defender
el poder. En Colombia –para no ir muy lejos- la pusieron en práctica en el
inmediato pasado los liberales y los
conservadores, durante los años aciagos de la violencia partidista. Los
liberales apoyando a las guerrillas liberales después del asesinato de Gaitán,
de una de las cuales surgió Pedro Antonio Marín, alias Tiro Fijo, el fundador
de las FARC. Y los conservadores con su policía “chulavita” y sus llamados
“pájaros” del Valle del Cauca. (1)
Antecedentes
de esta política.
Son muchos los ejemplos en la
historia universal que se pueden contar sobre el tema. En la Edad Media eran
frecuentes los asesinatos de los rivales políticos y la búsqueda del
reconocimiento al triunfo así conseguido bien en el papado o en el trono
imperial. Del rey merovingio francés Clodoveo (481-511) por ejemplo, se dice que mandó matar a todos los príncipes
vecinos que le pudieran disputar el trono –forma armada-, que se convirtió al
cristianismo –forma de lucha ideológica-, y que se hizo reconocer rey por el
Papa –forma de lucha política-.
En la Italia del siglo XVI César
Borgia se hizo famoso porque no desdeñó ninguna forma de lucha ilegal para alcanzar
y mantenerse en el poder. “El engaño, el perjurio, la espada o el veneno eran
sus métodos habituales”. De esta época es Maquiavelo, quien lo tomó como modelo
para escribir su célebre libro El
Príncipe, en el cual sostiene que el gobernante no debe vacilar en los
medios –formas de lucha—para alcanzar los fines. En esta obra, que es lectura
obligada en las escuelas de formación política de occidente, se lee: “vencer por la fuerza o por el fraude,
hacerse amar o temer de los habitantes, (hacerse) respetar y obedecer por los
soldados, matar a los que puedan perjudicarlo, reemplazar con nuevas las leyes
antiguas, ser severo y amable, magnánimo y liberal, disolver las milicias
infieles, crear nuevas, conservar la amistad de reyes y príncipes de modo que
lo favorezcan de buen grado o lo ataquen con recelos…” conductas que Maquiavelo señala como propias
del gobernante de su época (2).
Unos siglos más tarde, el
partido fascista de Mussolini combinaba la demagogia republicana y populista
con la represión violenta contra los partidos y sindicatos de izquierda. Al
tiempo que adelantaba una actividad legal en las instituciones
democrático-burguesas, armaba grupos de
sus militantes para que cometieran asesinatos en contra de sus opositores
revolucionarios y de quienes suponía los apoyaban. Una vez obtuvo el apoyo
popular con planteamientos tales como la participación de los sindicatos en los
beneficios de la empresa, las libertades de opinión, de asociación y de prensa,
el respeto a la independencia de los demás pueblos y la organización cooperativa
de la producción, no vaciló en renunciar a todos esos propósitos y adoptar los
contrarios con tal de calmar a la burguesía y a los terratenientes, quienes se
encontraban asustados por la inminencia de la revolución socialista. Una vez en
el poder disolvió los sindicatos, las cooperativas, los partidos de izquierda,
invadió otros pueblos e instauró una dictadora totalitaria que no permitía otra
expresión diferente a la del Duce.
Esos tres ejemplos nos sirven
para afirmar que la combinación de las formas de lucha es una estrategia
política usada hace muchos años por la nobleza feudal francesa del siglo VI y
la burguesía italiana de los siglos XVI y XX con la misma finalidad de resolver
sus conflictos en torno al poder. (3)
La
formulación de Lenin.
Vladimir Ilich Lenin, líder de la revolución socialista en Rusia,
formuló una conocida teoría sobre las formas de lucha. Para él tales formas
eran parte de la estrategia del partido bolchevique para alcanzar el poder.
Dijo el estratega revolucionario ruso que el partido debía utilizar todas las
formas de lucha de masas en consonancia con el momento histórico, según la
coyuntura política, y que debía estar preparado para pasar de las formas de
lucha legales a las ilegales, esto es, de la legalidad a la clandestinidad,
cuando la situación política lo determine. No supuso que se pudieran combinar
simultáneamente las formas de lucha legales con las ilegales, que un partido
pudiera estar en la legalidad y en la clandestinidad al mismo tiempo. (4)
Los comunistas colombianos, en
su XV Congreso partidario, dijeron con la voz de su entonces Secretario
General, Gilberto Vieira que “la lucha armada ha surgido en Colombia como
respuesta a la política de sangre y fuego institucionalizada contra el pueblo
oficialmente desde 1949. La combinación de las diversas formas de lucha la
adoptaron las grandes masas populares para enfrentarse a la violencia
oligárquica. Nuestro partido sintetizó teóricamente esta experiencia en
relación con las peculiaridades de la situación nacional” (5). Y convirtió tal
síntesis teórica en un “aporte del partido comunista colombiano al marxismo-leninismo
y al movimiento comunista internacional” según expresó el citado dirigente en
uno de los congresos realizados en Moscú por esos años. Por tales razones, no
obstante la situación creada por el ataque del Ejército Nacional a Marquetalia
en 1964 –que marca el inicio de la actual etapa del movimiento guerrillero en
Colombia- decidieron continuar en la lucha legal participando en los procesos
electorales y haciendo presencia en el sindicalismo y demás movimientos de
masas. Esto es, a combinar en el mismo tiempo histórico, las formas legales y
armadas de lucha, justificando el derecho de los campesinos de Marquetalia (casi
todos militantes comunistas) a convertirse en guerrilleros con el argumento de
defender sus vidas pero sin asumir la autoría del proceso como partido para
evitar ser ilegalizados. Con el paso de los años y de la lucha, se produciría
un distanciamiento entre el PCC y las FARC y éstas se verían obligadas a crear
un partido comunista clandestino, el llamado PC3.
LA OTRA COMBINACIÓN DE LAS
FORMAS DE LUCHA.
Frente a la escalada
guerrillera y las varias derrotas militares de los años 90, lo que hacía
presagiar la pérdida del poder, los sectores de extrema derecha de las clases
dominantes y sus partidos decidieron hacer lo mismo que hizo Mussolini en
Italia e hicieron los conservadores con su policía “chulavita” o con “los
pájaros” en nuestro pasado; y crearon cuerpos armados con la misión de
exterminar a los izquierdistas, a los sindicalistas rebeldes, y a todos los que
siguieran parecidas posiciones subversivas en contra del gobierno y del sistema.
Surgen las llamadas AUC y el paramilitarismo en general. Es borrado del mapa un
partido político, la UP, con influencia comunista, al que le asesinan miles de
sus militantes. La clase política es permeada por esta insurgencia armada de
extrema-derecha y el narcotráfico termina por permearlas a ambas. Y los
partidos tradicionales continúan haciendo elecciones pero en un medio cada vez
más contaminado de corrupción, con una guerra que parecía no tener fin. Y el
mundo se estremece con los informes que dan cuenta de la mayor represión
sangrienta y el mayor desplazamiento de sus tierras a que ha sido sometido un
pueblo en aparentes tiempos de normalidad política y de democracia.
EL GRAN LUNAR DE LAS
DEMOCRACIAS.
Esa estrategia de combinar la
democracia y la represión criminal se origina en una razón de Estado que
justifica todos los procedimientos, legales y no legales, para defender el
poder. Norberto Bobbio la ha explicado magistral y certeramente: “todo poder –bajo cualquier forma, dice—es
instrumento de opresión, de coacción, de dominio ciego y arbitrario (y) es, por
definición, obtuso (enemigo de la inteligencia), inhumano (enemigo de la
liberación del hombre), y despótico (enemigo de la libertad)” (6). Esa razón de
estado en la que creen casi todos los dirigentes del mundo de todas las ideologías,
justifica la razón política de apelar a la persecución, al crimen y al fraude
cuando la democracia falla o no es suficiente, con tal de ganar o de mantener
el poder. Y es el gran lunar de las democracias de todos los colores y tamaños,
incluidas las llamadas “democracias populares” en las que –cuando de defender
el poder se trataba- entraba en acción la “dictadura del proletariado”. Y
explica la doble moral de quienes,
como por ejemplo la burguesía venezolana, les exigieron a los revolucionarios
dejar las armas y competir en el terreno electoral, cuando intentaron tomarse el poder por ese medio,
pero le organizan hoy golpes de estado, actos terroristas, asonadas, desabastecimiento
de mercancías, con el fin de derrocarlos como hicieron sus congéneres con
Allende. Y la conducta de quienes en Colombia decidieron que la Unión
Patriótica no podía prosperar como movimiento político que surgía de una
guerrilla que había decidido abandonar la lucha armada para incorporarse al
debate democrático. Y optaron por eliminarla, con lo cual eliminaron de un tajo
la posibilidad de un acuerdo de paz que nos hubiera evitado treinta años de
guerra sangrienta. Y el aprovechamiento de esos 30 años en programas de desarrollo
social en un país que carga la mala fama de tener una de las desigualdades
sociales más grandes del planeta.
EL GRAN INTERROGANTE.
Después de lo anterior dicho,
cabe preguntarnos: ¿puede estar seguro el país de que no se va a repetir con
los líderes actuales de las FARC incorporados al debate político lo mismo que le
ocurrió a los gaitanistas después del asesinato del caudillo liberal el 9 de
abril de 1949, o a los comunistas durante las dictaduras de Ospina, Gómez y
Rojas, o a los miles de militantes de la Unión Patriótica? ¿Que se va a
respetar, como lo han hecho las burguesías y las fuerzas militares
salvadoreñas, ecuatorianas, bolivianas, argentinas, uruguayas y brasileñas, un hipotético
gobierno de izquierda? ¿O tan siquiera, senadores, representantes, diputados,
concejales, gobernadores y alcaldes elegidos por esa vertiente política? De esta
garantía y de que la firma del acuerdo de paz en La Habana concluya con
reformas al Estado que hagan posible la convivencia democrática, depende la paz
política en nuestro país. Si los llamados “enemigos agazapados de la paz” de
que hablara el maestro Otto Morales Benítez insisten en su práctica criminal en
contra de los dirigentes sindicales, populares y de izquierda, y se imponen a
las corrientes pacifistas y reformistas que se mueven dentro del poder, la paz
no va a ser posible por mucho que se firme el acuerdo de La Habana.
LA GRAN DECISIÓN.
Por todo lo anterior estimo
que el gran tema garante de un sostenible acuerdo de paz es la decisión de no
volver a utilizar las armas en la lucha política. Si la soberanía reside en el
pueblo según nuestra Constitución y estamos en una democracia, es el pueblo con
su voto y no las armas, los que deben decidir el futuro del país. Lo cual
significa en nuestro caso que deben desaparecer todos los grupos armados al
margen de la ley, y no solo los
guerrilleros de las FARC sino los integrantes de las diferentes bandas
criminales que aún delinquen en Colombia con la complicidad de algunas
instituciones del Estado y de algunos políticos. Y reservar a las FFAA y de
Policía el uso exclusivo de las armas pero para la defensa de la soberanía y
para preservar el orden público. Y acompañar esa medida con la creación de una
democracia más participativa y de un sistema electoral moderno que excluya la
influencia degradante de los poderes económicos y de la corrupción. Con un régimen
político que le dé plenas garantías a todos los partidos y movimientos, que
respete el derecho a la protesta y a la manifestación pública pacíficas de
todos los colombianos, que le devuelva al pueblo la gratuidad de los servicios
de salud que le arrebató la Ley 100. Con una justicia libre de la influencia
tendenciosa de politiqueros, gobernantes corruptos y empresarios electorales. Y un Congreso sin
tacha, con congresistas sin prontuario, para que la democracia liberal y la división
tripartita del Poder sean una realidad y no la farsa que soportamos los
colombianos.
*Abogado, escritor y profesor
de filosofía política.
Obras consultadas:
(1) Nueva Historia de Colombia, Editorial Planeta.
(2) El Príncipe de Nicolás Maquiavelo,
(3) Historia Universal de Jacques Pirenne.
(4) La enfermedad infantil del izquierdismo en el
comunismo de Vladimir I. Lenin,
(5) Combinación de todas las formas de lucha, Entrevista
a Gilberto Vieira por Martha Harnecker. Ediciones Suramérica.
(6) La duda y la elección de Norberto Bobbio.
Editorial Paidós.
Marzo de 2016.